domingo, 11 de enero de 2015

INVIERNO DEL 47-Arroyo Pareja colonia de inmigrantes.

Una nota de La Nueva Provincia, del sábado 28 de junio de 1947, relata pormenorizadamente, y de manera muy amena, la llegada de un grupo de inmigrantes procedentes de Milán, destinados a prestar servicios como técnicos de aviación en Puerto Belgrano. Ante la falta de viviendas en la ciudad para proporcionar a los recién llegados, la marina optó por adjudicarles las casas existentes en Arroyo Pareja. El artículo es muy jugoso, muy detallado, con el estilo Caras y Caretas tan en uso en aquellos tiempos. Lo transcribo totalmente, porque no tiene desperdicios. Un dato curioso, estoy en contacto con el nieto de uno de los inmigrantes. Vive en Bahía y tiene en venta la bicicleta Legnano verde oliva con que su abuelo recorría Arroyo Pareja en el invierno del 47.

UN GRUPO DE INMIGRANTES ITALIANOS ARRIBÓ AYER A LA BASE NAVAL DE PUERTO BELGRANO DONDE PRESTARÁN SERVICIO. Son 13 operarios técnicos de aviación, a quienes acompañan sus respectivos familiares todos los cuales han sido alojados en Arroyo Pareja.

Las primeras luces de este día nublado, pero plácido de invierno, apenas si se han insinuado por levante, cuando ya estamos en el andén de la pequeña estación de Grunbein, esperando la llegada de unos poco frecuentes viajeros, que han de desembarcar allí. Son los primeros inmigrantes italianos a quienes se ha destinado a prestar servicios en la base naval de Puerto Belgrano. Son casi las ocho, cuando el tren de Plaza Constitución entra en la estación, mientras una expectativa rodea el grupo de los que esperamos queremos acercarnos a los que arriban, dispuestos a recoger sus impresiones, a hacerles llegar el recibimiento que nos cuadra, como hijos de esta tierra hospitalaria.
El señor Guido del Punta, a nuestro lado, nos dice traer el saludo de la colectividad bahiense, en nombre de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos. Poco después los viajeros están junto a nosotros, en animada demostración de amistad, sonríen y acceden gustosos a los requerimientos del fotógrafo. Han abundado, por cierto, mucho los enfoques desde que arribaron a Buenos Aires y ellos no se niegan a posar. Es que no se trata de inmigrantes de aquellos que la imaginación ó el pasado catalogan vistiendo toscas vestimentas. Son hombres y mujeres de ciudad, trabajadores técnicos y jóvenes y sanos que vienen ya con su futuro asegurado en la forma de tareas bien remuneradas por el estado.

Los inmigrantes.

El grupo de viajeros es más bien reducido. Son 39 personas en total, entre grandes y pequeños. Pronto extraemos de los jefes de familia los nombres. La procedencia de todos es la misma: Milán. Allí se han desempeñado casi todos en las grandes fábricas de los Savoia, donde se construyeron durante muchos años los mejores aviones italianos.
Sus profesiones dentro del ramo de la aviación, son bastante dispares, pues los hay chapistas, montadores, ajustadores, etc. Se les ha destinado a la base de aviación de Puerto Belgrano, con sueldos que oscilan entre los 320 y los 400 pesos; traducidos los mismos en liras, por supuesto que representan una buena suma de dinero.
El primero que abordamos es Emilio Bassetti, un poco sobre los 30 años, al lado del cual se halla su señora y dos chiquillos. Queremos que nos digan sus nombres les decimos en un italiano más fonético e intuitivo que correcto y pronto Franco Galli, que es algo así como el “capo”del grupo nos ayuda en la tarea denominando a sus connacionales.
Están Enzo Bassetti y su esposa así como Carlo Tognolli y Virgilio Cardone, los más flamantes maridos, junto a sus respectivas mujeres. Eduardo Bissi, padre de un pequeño; Giuseppe Luoni, progenitor del inmigrante más diminuto junto a su “moglie”, una encantadora profesora de piano. Hay también uno de estos operarios que viaja además de su esposa e hijitas, de su padre: se llama Vito Nebbioli y al parecer es el benjamín del grupo. Después responden a nuestra curiosidad Héctor Salina, Rodolfo Brussa, Orlando Chiarello, Raimundo Chiodi, Antonio Bellora y Gino Marzolla.
Mientras esperamos el tren local que ha de conducirlos a Puerto Belgrano, vamos entrando en contacto y la “parola spagnuola”, que van comprendiendo rápidamente estos inteligentes muchachos, tiende un puente de simpatía. Hay preguntas sobre el clima y las comodidades.
Notamos que hay algunos muy abrigados, especialmente las mujeres. Nos preguntan si acostumbra a registrarse aquí grandes fríos. Cuando advertimos que sólo en contadas ocasiones nos hallamos “soto cero”, sonríen aliviados. En Milán hay veces que llegan a tener 20 grados bajo cero.
Algunos integrantes de la colectividad han llegado a ponerse en contacto con ellos. La conversación se hace animadísima en esos casos y pronto, como no, comienza a descubrirse que “la América” no es tan grande: Orlando Chiarello está casado con una joven que tiene parientes en Tornquist. La coincidencia anda muy cerca, tan cerca, que el connacional radicado en Bahía Blanca conoce íntimamente al pariente aludido. El mundo es chico…

Dos parejas en luna de miel.

En los minutos que aguardaron en Grunbein, en medio de las animadas conversaciones en la dulce lengua del Dante, advertimos dos parejas que, a diferencia del resto, no cuida pequeñuelos. Cuatro jóvenes que se hablan muy de cerca, como confiándose mutuamente sus impresiones. Nos acercamos a ellos y pronto la curiosidad desata el nudo de la incógnita.
Hace apenas un mes que Carlos Tognolli y Lilia Monti, así como Virgilio Cardone e Iole Bresciani se han unido en matrimonio. A la breve luna de mil en las tierras de Ancona, han agregado ahora esta otra en que se funden las dos aventuras: la de la nueva vida emprendida y la de este destino que han venido a buscar en el suelo americano:
-en plena luna de miel han viajado ¿  no?-inquirimos ansiosos.
Sus miradas nos hablan el lenguaje universal de los que interpretan, aún sin entender con precisión lo que decimos. Tienen en sus pupilas un poco de asombro. No están absortos: simplemente interesados en verlo todo y en gustar un poco de lo extraño, como advirtiendo que allí, detrás de lo desconocido, se esconden las venturas de un luminoso futuro.

Rumbo a Puerto Belgrano.

Cerca de las 8.30, desemboca a Grunbein el tren local. Estamos prontos a emprender una de las últimas etapas del viaje. Una de las últimas, porque no ha de ser, según veremos, la definitiva.
Llevados por el deseo de acompañar a los viajeros, marchamos juntos rumbo a la que ha de ser sede de sus tareas: la base naval.
Las miradas curiosas y ávidas se posan en todo aquellos que advierten extraño. Eso mismo que a cada uno de nosotros nos parece ya una calcomanía desteñida. Entre las brumas se divisa a lo lejos el puerto de Ingeniero White.
-¿y eso es Puerto Belgrano?
-No, precisamente, les respondemos-y algunas alusiones sobre nuestro muelle triguero van dando la pauta de la importancia del mismo. La llanura salitrosa no da para un tema de conversación y sólo cuando el tren se aproxima a los polvorines de Puerto Belgrano, se reanuda la más animada charla.
Las llamativas construcciones, el movimiento que se advierte, todo es motivo de comentarios. En los pequeños, la novedad abre ojos asombrados, en una tierra extraña para ellos.

En los alojamientos.

La llegada a Puerto Belgrano pone el toque de máxima emoción en los viajeros. El deseo de entrar en contacto con lo que ha de ser la realidad diaria impulsa a preguntas y más preguntas. Poco después, ya en la estación Puerto Belgrano, un oficial de la armada nacional y varios suboficiales descienden de un vehículo. Los inmigrantes conversan con ellos y luego, respondiendo al llamado que les hacen, se disponen a emprender la etapa hacia sus nuevos domicilios.
Se les ha reservado alojamiento en Arroyo Pareja. El único lugar donde existen viviendas disponibles. Hacia allí parte pocos minutos después un amplio micro ómnibus.
Llegamos pasadas las 9. Desde ese momento y durante toda la mañana, la colonia de veraneo del Ferrocarril Rosario Puerto Belgrano se agita en un trajinar de maletas, baúles y víveres que gentilmente las autoridades portuarias han dispuesto para los inmigrantes.
Las casas son amplias e higiénicas, pero han estado desocupadas muchos meses y se advierte en sus adyacencias, la mano inexorable del tiempo. Conversamos con los oficiales encargados de la tarea de ubicar a los inmigrantes y nos hablan del apresuramiento con que debió hacerse todo.
No obstante ello, advertimos un plausible anhelo de prestar toda suerte de ayuda a los viajeros. Por lo general todos traen abundante ropa y utensillos, pero resulta de mucho valor el aporte de útiles de cocina, de víveres y otros menesteres que se entregan, pues no se puede improvisar la instalación de una casa.
Perdemos buen rato en conversar con todos ellos. Extraemos un poco de cada una de sus vidas. Pero en todas las manifestaciones hay una que las iguala: es la del reconocimiento a los hijos de esta tierra, al recibimiento cariñoso que se les ha hecho, a la comprensión y fraternidad que han encontrado y que pronto seguramente disipará alguna “malinconía” de sus jóvenes corazones.
Es ya mediodía avanzado cuando dejamos la provisoria colonia de inmigrantes en Arroyo Pareja. El matrimonio Marzolla limpia a dúo una ventana, mientras Vito Nebbioli, que termina de hacer una recorrida en su Legnano se apresura a colaborar en el descenso del equipaje de su vecino Bellora.
Dentro de quince días, por el milagro de este país y su generoso pueblo, los nuevos habitantes de Arroyo Pareja dejarán de sentirse inmigrantes. Tal vez porque al pisar tierra argentina han dejado de serlo.

El más pequeño del contingente de inmigrantes.

Giuseppe Luoni, es de Milán, y como todos sus compañeros de viaje, operario técnico de aviación. Tiene los ojos azules, es mas bien bajo, y ha jugado al fútbol algo, hasta las vísperas de su boda. Por supuesto que antes era otra cosa. Ahora junto a su bella esposa, él también nos cuenta sus proyectos y nos habla de sus esperanzas en esta tierra a la que han llegado con tanto bagaje de ilusiones.
En sus manos, Pietro, un hombrecito de cuatro meses, sonríe, con destellos de inteligencia en sus ojillos vivaces. Su madre, como todas las madres del mundo, nos mira, halagada de verlo tan vivaracho.
-Pietrino é el piu piccolo di tutti…
La verdad es que este “Pietrino” no tardará mucho en ser “Pedrito”, y cuando lo decimos, asienten con simpatía, los padres del inmigrante más pequeño que ha llegado a Puerto Belgrano.


La Nueva Provincia, 28 de junio de 1947. 
                                     
                                              Operarios italianos y familiares en Grunbein.
 Componentes del núcleo de inmigrantes italianos que arribó ayer a la estación de Grunbein provenientes de la Capital Federal.
                                                      Ya están en tierra hospitalaria.
                                         
                                         Foto del diario Clarín del 30 de junio de 1947.
                                           Legnano verde oliva del 47, perteneciente a uno de los
                                          inmigrantes de Arroyo Pareja.

2 comentarios:

  1. Ese día sábado 28 de junio de 1947, yo cumplía años no si se festejaban, yo naci en la misma casa donde viví, hasta que me fuí de Punta Alta, mucha de esta gente fué a trabajar a la aviación en Pto. Belgrano, en los años 60, yo también trabaje en la Aviación Naval.

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  2. Qué interesante Charly. Gracias por la acotación. Siempre he pensado que la historia de Punta Alta está en los álbumes de fotos, en los baúles, en las cajas de antigüedades que cada casa tiene. Gracias de nuevo por el comentario.

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