martes, 4 de abril de 2017

Federico Rahola y un caserío llamado Punta Alta.

1-Una personalidad influyente.

Retrato de Federico Rahola realizado por Ramón Blanco.

Federico Rahola fue un abogado, político, economista y escritor catalán nacido en Cadaqués en 1858. Fue alumno en el Instituto Ramón Muntaner. El tema del nuevo mundo estaba presente en sus pensamientos, al punto que la inmigración a América fue la tesis con que culminó sus estudios superiores en la Universidad de Madrid en 1879.
Tuvo activa participación en importantes congresos jurídicos y mercantiles en su patria, logrando en 1898 la representación como delegado técnico en Francia.
No hubo tema relacionado con la jurisprudencia, el comercio y la política que no abarcara y en el que no influyera.
En 1901 fundó la publicación El Mercurio, autotitulada revista comercial hispanoamericana, cuya finalidad era promocionar y estimular el comercio con América.
En 1896, vinculado al Partido Conservador, obtuvo una diputación en el Congreso por el distrito de Vilademuls. Fue diputado en 1905  por la Liga Regionalista, partido del distrito de Barcelona. En 1907 fue diputado por el distrito de Igualada. De 1910 a 1918 ocupó un escaño en el senado por la circunscripción de Gerona  siendo portavoz de su partido en la cámara alta.
Fundó el Instituto de Estudios Americanistas devenido luego en la Casa América de Cataluña. Escribió muchísimos artículos en los principales medios periodísticos de la época y es autor de varios libros. Presidió la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Cataluña, fue miembro de la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona y fue coautor con Francisco Carreras de la Geografía General de Cataluña.
Como poeta, sus obras recibieron importantes distinciones.
Murió a los 61 años, el 10 de noviembre de 1919, en Cadaqués su pueblo natal.
En 1903, junto a José Zulueta y con el motivo de promocionar los productos de Cataluña arribó a Buenos Aires a bordo de la primera clase del transatlántico Reina María Cristina. Luego de visitar los sitios más destacados de la capital fue invitado a conocer otros lugares más distantes pero no menos importantes. Así llegó al Puerto Militar, el Cuartel de Artillería de Costas y un caserío disperso que ya llamaban Punta Alta.

Vapor Correo Reina María Cristina, en cuya primera clase arribó Rahola a Argentina en 1903.

2-Misión oficial en Argentina.

Este viaje que, a simple vista, parecía un emprendimiento personal de Rahola, recibió de la monarquía ibérica el status de misión oficial y de embajada comercial. El objeto era incrementar el intercambio entre Cataluña y Argentina, para compensar la reciente pérdida de los mercados de Cuba y Antillas. Aparte de José Zulueta lo acompañaban un dirigente de la Asociación Catalana Arte Mayor de la seda y otro de la Industria y Talleres de Bilbao, empresa dedicada a la construcción de ferrocarriles.
En Argentina, esperaba a los viajeros una nutrida colectividad de inmigrantes vascos, la mayoría dedicados a la ganadería.
El 23 de septiembre de 1903 llegaron al Río de la Plata. Rahola era un hombre muy culto y conocía con lujo de detalles la historia de los países sudamericanos. Hicieron una parada en Montevideo y enseguida cruzaron hacia Buenos Aires. Nuestra capital impresionó vivamente al distinguido visitante, que ante su magnificencia, se atrevió a compararla con Londres. Sin embargo, no pasó desapercibida la convivencia espacial entre el palacete y el conventillo, símbolo de la diferencia de clases sociales imperante. Otra cosa que llamó a Rahola poderosamente la atención, fue el elevado costo de vida y el efímero valor del peso argentino.
Le producía extrañeza caminar entre tantos maravillosos edificios nuevos y no tropezar, de repente, con un solar histórico. Todo era reciente en la Buenos Aires de 1903. No pudo percibir, en medio de una ciudad tan cosmopolita, un espíritu que pudiera llamarse nacionalista entre tanta influencia extranjera. Le quedó grabada en el recuerdo la multitud de carruajes de pasajeros en constante ir y venir por las calles y avenidas adoquinadas.
Advirtió que, a falta de nobles, en un país democrático por excelencia, proliferaban, en cambio, los “doctores” e “ingenieros”, que no siempre respaldaban su denominación con el título correspondiente. La hospitalidad de la sociedad argentina, era proverbial.
En el Mercado General de Frutos quedó maravillado por las montañas de lana, las piràmides de cuero y la abundancia del trigo que eran embarcados hacia los cuatro puntos cardinales del mundo, en una actividad febril. Esto era, en definitiva, lo que había venido a ver en Argentina.
Otra actividad que generó su admiración fue la periodística, a la que calificó como atractiva, bàsica y fuerte. Muy observador y curioso, Rahola recorrió todos los barrios porteños en muy poco tiempo.
La comitiva, recibida por el vicepresidente Norberto Quirno Costa, tuvo ocasión de visitar la Casa Rosada y tener una audiencia con el general Julio Argentino Roca, presidente de la Nación. Allí platicaron sobre intereses comunes y se tomaron un par de fotografías. Al día siguiente concurrieron a la Exposición Rural donde volvieron a encontrarse. También visitaron, en su residencia, al general Mitre.
De Buenos Aires se dirigieron a Rosario. La próxima parada fue Roldán, estación del Ferrocarril Central Argentino. En el campo, Rahola se familiarizó con el gaucho, las liebres y vizcachas, el payador, el facón y la taba, el asado, la empanada y la doma de potros.
Santa Fe fue la continuación del periplo y en todo momento fue acompañado por el doctor Freire, gobernador de la provincia. Luego,  Colastiné y Paraná, en Entre Ríos, donde presenció la carga del quebracho chaqueño. En algún momento comparó nuestras dilatadas llanuras con las estepas rusas.
Aquí y allá se encontró con inmigrantes españoles o sus obras.
De nuevo en el tren reflexionó que en Argentina, a diferencia de España, los ferrocarriles iban en pos del desierto y las poblaciones en pos del ferrocarril. De la mesopotamia pasaron al Uruguay y luego regresaron a Buenos Aires. Aquí realizó una intensa vida social y se interesó por la situación de los inmigrantes españoles en Argentina.
Realizó también un detallado análisis de la situación cultural nacional con comentarios de literatura gauchesca, teatro, música, pintura y sus autores.
El próximo paso de su viaje fue Bahía Blanca. Gran impresión le produjo el movimiento registrado en los puertos de Ingeniero White y Cuatreros. En esta instancia arribó a Puerto Belgrano, el puerto militar de Bahía Blanca, y un caserío crecido alrededor del puerto y del ferrocarril que comenzaba a llamarse Punta Alta.


Chalet Nro. 8 del Puerto Militar, residencia del Ingeniero Luiggi con la arboleda crecida.

3-Un caserío llamado Punta Alta.


Una vista general del puerto militar en la época de la visita de Rahola.

En los muelles del Ferrocarril Sud, Federico Rahola y su comitiva embarcó en el vaporcito “República” que, en medio de marchas militares y aires nacionales argentinos ejecutados por la banda de la escuadra de mar, se dirigieron a Puerto Belgrano.
Allí los aguardaban el coronel Luis Maurette, jefe del puerto, y el ingeniero Luis Luiggi, autor de las obras. Rahola describe a Luiggi como un hombre alto, seco y nervioso que, muy verborrágico, les fue desgranando copiosa información acerca de la gran transformación realizada en la zona. Rahola tenía conocimientos del clima de guerra vivido en 1898 frente a Chile y la necesidad argentina de un puerto de refugio y aprovisionamiento en el Atlántico construido en tres años a pesar de su monumental envergadura.
Quedó maravillado al pie del dique de carena, al que calificó de capaz de albergar los más grandes transatlánticos salidos recientemente de los astilleros del mundo y calados aún mayores.
 Hizo los 20 kilómetros del ferrocarril estratégico camuflado entre las dunas, para llegar a las baterías del Cuartel de Artillería de Costas, y apreció el poder de los cuatro cañones Krupp de 24 cm. de tiro rasante destinados a proteger la entrada de la bahía.
Especial admiración le provocó el hospital militar, réplica de la enfermería de Eppendorf, cerca de Hamburgo, definida en la época como el más sencillo, perfecto y funcional hospital conocido. Observó la adaptación lógica al clima y a los materiales de construcción del país. Luiggi, entusiasmado, le refirió que los planos de este hospital le fueron pedidos por la armada chilena  para tomarlos como modelo en la construcción del hospital militar de Talcahuano. Sus paredes estaban recubiertas de una pintura a esmalte llamada ripolín que admitía el lavado aún con ácidos.
Las materias fecales, decía Rahola,  iban a dar a un tanque aséptico que las transformaba en abono para los campos de alfalfa que alimentaban al ganado vacuno que luego abastecía de leche a los enfermos. “El ideal de la higiene” según su apreciación: que los desperdicios de los convalecientes se transmuten en alimentos de vida saludable.

Una vista del Hospital Naval que tan buena impresión causó en Rahola.

Gran interés demostró Rahola en la parte financiera de la construcción del puerto militar. Hasta ese momento se habían invertido ocho millones de pesos nacionales. Las obras pendientes de realización insumirían medio millón más. Como se habían presupuestado diez millones en total, habría un sobrante que se destinaría a dotar a la obra de infraestructura y capacidad para utilizarla como puerto comercial. Esta posibilidad era fuertemente apoyada por el diputado nacional ingeniero Seguí.
“Despejado el horizonte-decía Rahola-y habiendo desaparecido el riesgo de una guerra, es de buenos gobernantes sacar provecho del enorme sacrificio que hizo la Nación, aplicando a la paz lo ideado para la lucha”
Sin embargo, al momento de la visita de Rahola, la propuesta había sido impugnada por el gobierno nacional a instancias del Ministerio de Guerra que no quería inmiscuir actividades civiles en el ámbito militar. Además había una fuerte presión por parte de los puertos de Bahía Blanca para aprovechar los ferrocarriles del Sud y del Noroeste adonde confluían todas las líneas de las zonas productoras.
Rahola sostenía que era una picardía no aprovechar la calidad del puerto militar en actividades mercantiles cuando con gran facilidad se había construido una línea ferroviaria que lo comunicaba con Bahía Blanca y, sobre todo, cuando disponía de semejante dique que por sí sólo podía convertirlo en puerto de escala obligada para los buques de carga.
Observaba, con buen tino, que los demás puertos de la zona eran  privados, y que por esa razón podían manipular e imponer, sin competencia, el costo de los fletes a su antojo. La existencia de un Puerto Belgrano comercial y libre, serviría de regulador a los precios de esos fletes en la región.
Rahola sostenía que sería de gran ayuda para el carácter mercantil de este puerto la población civil que, en tres años, se había concentrado alrededor del mismo con el nombre de Punta Alta. “Luiggi, el simpático ingeniero-decía Rahola-con su mujer y sus niños fueron los fundadores de Punta Alta y los primeros habitantes de este desierto”

Una vista de Punta Alta en 1900, imagen que detalle más, detalle menos, fue la que encontró Rahola.

Se maravillaba Rahola de que el sitio donde se levantaba el puerto y el pueblo de Punta Alta, apenas unos años antes fuera nada más que arenas movedizas, charcos y  médanos desnudos. Especial énfasis ponía en mencionar que los trabajadores y los pequeños comerciantes, apenas iniciadas las obras, ocuparon sin oposición de nadie los terrenos donde levantaron sus viviendas, ya que estos lotes no tenían ningún valor ni propietarios conocidos.
“Ejercitaron-escribió Rahola- el primitivo derecho de ocupación, que es el medio de adquirir el dominio una población de tres mil almas, cuyas casas radican en solares que no pertenecen a los propietarios de las paredes”. Según él, este caso era similar al barrio denominado Pekín de la ciudad de Barcelona, improvisado por habitantes advenedizos, a orillas del mar y en proximidades del río Besós.
Especialista en la materia económica, Rahola manifestaba que aquellos terrenos que en un principio nada valían, por el trabajo mismo de los que lo ocuparon, aplicados a la existencia del puerto y del naciente pueblo adquirían, de repente, inusitado costo. Tomó conocimiento, en esos días, de una serie de pleitos iniciados entre los antiguos dueños de los lotes y los pobladores, con fallos favorables a estos últimos. Es que se le dio mayor importancia al trabajo en un medio hostil, que a lo meramente material. Puntualizó que, como recompensa, los propietarios de aquellas tierras usufructuarían el incremento del valor de sus restantes parcelas gracias al trabajo ajeno.
Más que por el pueblo, las baterías y el dique, Rahola se mostró impactado por la transformación del desierto en bosque, de las dunas en jardines, de la tierra yerma en áreas cultivadas. Reconocía que todo ese cambio se debía a espíritus enamorados del árbol: el ingeniero Luiggi, el coronel Maurette y el jefe de artillería Ángel Allaria. En poco tiempo los árboles rodearon la casa del ingeniero y el puerto.
Muy pronto ese impulso individual devino en entusiasmo colectivo. Los efectivos acantonados en la Base y los obreros comprometidos con su construcción se sumaron al furor de la forestación. El teniente coronel Allaria incentivó entre sus tropas el culto del árbol, y muchos de sus efectivos destinaban parte de sus ahorros a la adquisición de semillas y plantines.
“En tres años-observó Rahola-alrededor de los magníficos cuarteles, modelo de higiene se contempla un extenso bosque, hijo del esfuerzo de los soldados que debían batirse con sus hermanos, y que mientras se preparaban para la guerra, se sintieron ya animados por el santo espíritu de la paz”
Mucho disfrutó el insigne visitante la fresca sombra y el verdor de los eucaliptos, pinos, tamariscos, plátanos y muchas otras especies sujetando la tierra para que el inclemente viento sur no se la lleve, purificando el aire antes contaminado por el polvo y embelleciendo el paisaje. Comparó el trabajo de aquellos hombres visionarios con el del artista, al lograr con el esfuerzo de sus manos y su inteligencia hacer florecer la vida, la belleza y el amor en parajes tan abandonados y tristes.


En el acorazado Pueyrredón fue homenajeado con un almuerzo íntimo, durante el cual la conversación giró en torno al comercio y la agricultura. Rahola echó una ojeada al puerto, el dique y la soberbia flota de guerra abrigada en los muelles. Sin embargo su corazón seguía impactado por el paisaje y la gente, por la severa transformación del erial infecundo en un huerto, del desierto en pueblo y por el estrecho vínculo entre militares, obreros y comerciantes unidos en un esfuerzo común.
“Allí descubrí la clave-manifestó Rahola-de esa compenetración del ejército con los comerciantes y agricultores. Los soldados salen de las tiendas, de los escritorios y de las chacras, contagiando a los oficiales de sus preocupaciones, que constituyen la preocupación nacional”
 Una profética visión de Punta Alta, que más allá de alguna actividad industrial, comercial y agropecuaria, siempre basó su existencia y su sustento en el trabajo generado por la Base Naval.

4-Sangre Nueva.


Una melancólica vista de la primera Punta Alta, que tanto impresionó al insigne visitante.

Federico Rahola plasmó sus impresiones argentinas en el bello libro “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud” publicado en 1905. El capítulo XXV está dedicado a Puerto Belgrano y aquel caserío que ya tenía por nombre “Punta Alta”, entre cuya gente caminó, con cuyos vecinos conversó e intercambió ideas y proyectos. La ocupación de terrenos ajenos en Punta Alta por parte de obreros de la base y comerciantes, fue un tema que comentó en la revista mensual “Mercurio” en su edición número 39 del 1 de febrero de 1905.  
Hace muy poco tiempo, su descendiente la periodista Pilar Rahola, admiró a la ciudadanía argentina con la claridad de sus conceptos y su carácter batallador y contestatario.

Portada del libro Sangre Nueva donde Rahola relata su experiencia puntaltense de 1903.

Raúl Ifran

Fuente: “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud”. Federico Rahola. Editado en Barcelona por Tipografía “La Académica” de Serra Hnos. y Russell. 1905.
“Frederic Rahola Tremols y el Centenario de Independencias Hispanoamericanas. El diseño de la celebración en Barcelona” Gabriela Dallacorte Caballero. Temas Americanistas Nro. 32- 2014.
 Revista Comercial Ibero Americana “Mercurio” Nro. 39. 1 de Febrero de 1905.

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