1-Una
personalidad influyente.
Retrato de Federico Rahola realizado por Ramón Blanco.
Federico Rahola fue un
abogado, político, economista y escritor catalán nacido en Cadaqués en 1858. Fue
alumno en el Instituto Ramón Muntaner. El tema del nuevo mundo estaba presente
en sus pensamientos, al punto que la inmigración a América fue la tesis con que
culminó sus estudios superiores en la Universidad de Madrid en 1879.
Tuvo activa participación
en importantes congresos jurídicos y mercantiles en su patria, logrando en 1898
la representación como delegado técnico en Francia.
No hubo tema relacionado
con la jurisprudencia, el comercio y la política que no abarcara y en el que no
influyera.
En 1901 fundó la
publicación El Mercurio, autotitulada revista comercial hispanoamericana, cuya
finalidad era promocionar y estimular el comercio con América.
En 1896, vinculado al
Partido Conservador, obtuvo una diputación en el Congreso por el distrito de
Vilademuls. Fue diputado en 1905 por la
Liga Regionalista, partido del distrito de Barcelona. En 1907 fue diputado por
el distrito de Igualada. De 1910 a 1918 ocupó un escaño en el senado por la
circunscripción de Gerona siendo
portavoz de su partido en la cámara alta.
Fundó el Instituto de
Estudios Americanistas devenido luego en la Casa América de Cataluña. Escribió
muchísimos artículos en los principales medios periodísticos de la época y es
autor de varios libros. Presidió la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación de Cataluña, fue miembro de la Real Academia de las Buenas Letras
de Barcelona y fue coautor con Francisco Carreras de la Geografía General de
Cataluña.
Como poeta, sus obras recibieron importantes
distinciones.
Murió a los 61 años, el 10 de noviembre de 1919, en
Cadaqués su pueblo natal.
En 1903, junto a José
Zulueta y con el motivo de promocionar los productos de Cataluña arribó a
Buenos Aires a bordo de la primera clase del transatlántico Reina María
Cristina. Luego de visitar los sitios más destacados de la capital fue invitado
a conocer otros lugares más distantes pero no menos importantes. Así llegó al
Puerto Militar, el Cuartel de Artillería de Costas y un caserío disperso que ya
llamaban Punta Alta.
Vapor Correo Reina María Cristina, en cuya primera clase arribó Rahola a Argentina en 1903.
2-Misión oficial en Argentina.
Este viaje que, a simple vista, parecía un
emprendimiento personal de Rahola, recibió de la monarquía ibérica el status de
misión oficial y de embajada comercial. El objeto era incrementar el
intercambio entre Cataluña y Argentina, para compensar la reciente pérdida de
los mercados de Cuba y Antillas. Aparte de José Zulueta lo acompañaban un
dirigente de la Asociación Catalana Arte Mayor de la seda y otro de la
Industria y Talleres de Bilbao, empresa dedicada a la construcción de
ferrocarriles.
En Argentina, esperaba a los viajeros una nutrida
colectividad de inmigrantes vascos, la mayoría dedicados a la ganadería.
El 23 de septiembre de 1903 llegaron al Río de la
Plata. Rahola era un hombre muy culto y conocía con lujo de detalles la
historia de los países sudamericanos. Hicieron una parada en Montevideo y
enseguida cruzaron hacia Buenos Aires. Nuestra capital impresionó vivamente al
distinguido visitante, que ante su magnificencia, se atrevió a compararla con
Londres. Sin embargo, no pasó desapercibida la convivencia espacial entre el
palacete y el conventillo, símbolo de la diferencia de clases sociales
imperante. Otra cosa que llamó a Rahola poderosamente la atención, fue el
elevado costo de vida y el efímero valor del peso argentino.
Le producía extrañeza caminar entre tantos
maravillosos edificios nuevos y no tropezar, de repente, con un solar
histórico. Todo era reciente en la Buenos Aires de 1903. No pudo percibir, en
medio de una ciudad tan cosmopolita, un espíritu que pudiera llamarse
nacionalista entre tanta influencia extranjera. Le quedó grabada en el recuerdo
la multitud de carruajes de pasajeros en constante ir y venir por las calles y
avenidas adoquinadas.
Advirtió que, a falta de nobles, en un país
democrático por excelencia, proliferaban, en cambio, los “doctores” e
“ingenieros”, que no siempre respaldaban su denominación con el título
correspondiente. La hospitalidad de la sociedad argentina, era proverbial.
En el Mercado General de Frutos quedó maravillado
por las montañas de lana, las piràmides de cuero y la abundancia del trigo que
eran embarcados hacia los cuatro puntos cardinales del mundo, en una actividad
febril. Esto era, en definitiva, lo que había venido a ver en Argentina.
Otra actividad que generó su admiración fue la
periodística, a la que calificó como atractiva, bàsica y fuerte. Muy observador
y curioso, Rahola recorrió todos los barrios porteños en muy poco tiempo.
La comitiva, recibida por el vicepresidente
Norberto Quirno Costa, tuvo ocasión de visitar la Casa Rosada y tener una
audiencia con el general Julio Argentino Roca, presidente de la Nación. Allí
platicaron sobre intereses comunes y se tomaron un par de fotografías. Al día
siguiente concurrieron a la Exposición Rural donde volvieron a encontrarse.
También visitaron, en su residencia, al general Mitre.
De Buenos Aires se dirigieron a Rosario. La próxima
parada fue Roldán, estación del Ferrocarril Central Argentino. En el campo,
Rahola se familiarizó con el gaucho, las liebres y vizcachas, el payador, el
facón y la taba, el asado, la empanada y la doma de potros.
Santa Fe fue la continuación del periplo y en todo
momento fue acompañado por el doctor Freire, gobernador de la provincia.
Luego, Colastiné y Paraná, en Entre Ríos,
donde presenció la carga del quebracho chaqueño. En algún momento comparó
nuestras dilatadas llanuras con las estepas rusas.
Aquí y allá se encontró con inmigrantes españoles o
sus obras.
De nuevo en el tren reflexionó que en Argentina, a
diferencia de España, los ferrocarriles iban en pos del desierto y las
poblaciones en pos del ferrocarril. De la mesopotamia pasaron al Uruguay y
luego regresaron a Buenos Aires. Aquí realizó una intensa vida social y se
interesó por la situación de los inmigrantes españoles en Argentina.
Realizó también un detallado análisis de la
situación cultural nacional con comentarios de literatura gauchesca, teatro,
música, pintura y sus autores.
El próximo paso de su viaje fue Bahía Blanca. Gran
impresión le produjo el movimiento registrado en los puertos de Ingeniero White
y Cuatreros. En esta instancia arribó a Puerto Belgrano, el puerto militar de
Bahía Blanca, y un caserío crecido alrededor del puerto y del ferrocarril que
comenzaba a llamarse Punta Alta.
Chalet Nro. 8 del Puerto Militar, residencia del Ingeniero Luiggi con la arboleda crecida.
3-Un caserío
llamado Punta Alta.
Una vista general del puerto militar en la época de la visita de Rahola.
En los muelles del Ferrocarril Sud, Federico Rahola
y su comitiva embarcó en el vaporcito “República” que, en medio de marchas
militares y aires nacionales argentinos ejecutados por la banda de la escuadra de
mar, se dirigieron a Puerto Belgrano.
Allí los aguardaban el coronel Luis Maurette, jefe
del puerto, y el ingeniero Luis Luiggi, autor de las obras. Rahola describe a
Luiggi como un hombre alto, seco y nervioso que, muy verborrágico, les fue
desgranando copiosa información acerca de la gran transformación realizada en
la zona. Rahola tenía conocimientos del clima de guerra vivido en 1898 frente a
Chile y la necesidad argentina de un puerto de refugio y aprovisionamiento en
el Atlántico construido en tres años a pesar de su monumental envergadura.
Quedó maravillado al pie del dique de carena, al
que calificó de capaz de albergar los más grandes transatlánticos salidos
recientemente de los astilleros del mundo y calados aún mayores.
Hizo los 20
kilómetros del ferrocarril estratégico camuflado entre las dunas, para llegar a
las baterías del Cuartel de Artillería de Costas, y apreció el poder de los
cuatro cañones Krupp de 24 cm. de tiro rasante destinados a proteger la entrada
de la bahía.
Especial admiración le provocó el hospital militar,
réplica de la enfermería de Eppendorf, cerca de Hamburgo, definida en la época
como el más sencillo, perfecto y funcional hospital conocido. Observó la
adaptación lógica al clima y a los materiales de construcción del país. Luiggi,
entusiasmado, le refirió que los planos de este hospital le fueron pedidos por
la armada chilena para tomarlos como
modelo en la construcción del hospital militar de Talcahuano. Sus paredes
estaban recubiertas de una pintura a esmalte llamada ripolín que admitía el
lavado aún con ácidos.
Las materias fecales, decía Rahola, iban a dar a un tanque aséptico que las
transformaba en abono para los campos de alfalfa que alimentaban al ganado
vacuno que luego abastecía de leche a los enfermos. “El ideal de la higiene”
según su apreciación: que los desperdicios de los convalecientes se transmuten
en alimentos de vida saludable.
Una vista del Hospital Naval que tan buena impresión causó en Rahola.
Gran interés demostró Rahola en la parte financiera
de la construcción del puerto militar. Hasta ese momento se habían invertido
ocho millones de pesos nacionales. Las obras pendientes de realización
insumirían medio millón más. Como se habían presupuestado diez millones en
total, habría un sobrante que se destinaría a dotar a la obra de
infraestructura y capacidad para utilizarla como puerto comercial. Esta
posibilidad era fuertemente apoyada por el diputado nacional ingeniero Seguí.
“Despejado el horizonte-decía Rahola-y habiendo
desaparecido el riesgo de una guerra, es de buenos gobernantes sacar provecho del
enorme sacrificio que hizo la Nación, aplicando a la paz lo ideado para la
lucha”
Sin embargo, al momento de la visita de Rahola, la
propuesta había sido impugnada por el gobierno nacional a instancias del
Ministerio de Guerra que no quería inmiscuir actividades civiles en el ámbito
militar. Además había una fuerte presión por parte de los puertos de Bahía
Blanca para aprovechar los ferrocarriles del Sud y del Noroeste adonde
confluían todas las líneas de las zonas productoras.
Rahola sostenía que era una picardía no aprovechar
la calidad del puerto militar en actividades mercantiles cuando con gran
facilidad se había construido una línea ferroviaria que lo comunicaba con Bahía
Blanca y, sobre todo, cuando disponía de semejante dique que por sí sólo podía
convertirlo en puerto de escala obligada para los buques de carga.
Observaba, con buen tino, que los demás puertos de
la zona eran privados, y que por esa
razón podían manipular e imponer, sin competencia, el costo de los fletes a su
antojo. La existencia de un Puerto Belgrano comercial y libre, serviría de
regulador a los precios de esos fletes en la región.
Rahola sostenía que sería de gran ayuda para el carácter
mercantil de este puerto la población civil que, en tres años, se había
concentrado alrededor del mismo con el nombre de Punta Alta. “Luiggi, el
simpático ingeniero-decía Rahola-con su mujer y sus niños fueron los fundadores
de Punta Alta y los primeros habitantes de este desierto”
Una vista de Punta Alta en 1900, imagen que detalle más, detalle menos, fue la que encontró Rahola.
Se maravillaba Rahola de que el sitio donde se
levantaba el puerto y el pueblo de Punta Alta, apenas unos años antes fuera nada
más que arenas movedizas, charcos y médanos
desnudos. Especial énfasis ponía en mencionar que los trabajadores y los pequeños
comerciantes, apenas iniciadas las obras, ocuparon sin oposición de nadie los
terrenos donde levantaron sus viviendas, ya que estos lotes no tenían ningún
valor ni propietarios conocidos.
“Ejercitaron-escribió Rahola- el primitivo derecho de
ocupación, que es el medio de adquirir el dominio una población de tres mil
almas, cuyas casas radican en solares que no pertenecen a los propietarios de
las paredes”. Según él, este caso era similar al barrio denominado Pekín de la
ciudad de Barcelona, improvisado por habitantes advenedizos, a orillas del mar
y en proximidades del río Besós.
Especialista en la materia económica, Rahola
manifestaba que aquellos terrenos que en un principio nada valían, por el
trabajo mismo de los que lo ocuparon, aplicados a la existencia del puerto y
del naciente pueblo adquirían, de repente, inusitado costo. Tomó conocimiento,
en esos días, de una serie de pleitos iniciados entre los antiguos dueños de
los lotes y los pobladores, con fallos favorables a estos últimos. Es que se le
dio mayor importancia al trabajo en un medio hostil, que a lo meramente
material. Puntualizó que, como recompensa, los propietarios de aquellas tierras
usufructuarían el incremento del valor de sus restantes parcelas gracias al
trabajo ajeno.
Más que por el pueblo, las baterías y el dique, Rahola
se mostró impactado por la transformación del desierto en bosque, de las dunas
en jardines, de la tierra yerma en áreas cultivadas. Reconocía que todo ese
cambio se debía a espíritus enamorados del árbol: el ingeniero Luiggi, el
coronel Maurette y el jefe de artillería Ángel Allaria. En poco tiempo los
árboles rodearon la casa del ingeniero y el puerto.
Muy pronto ese impulso individual devino en
entusiasmo colectivo. Los efectivos acantonados en la Base y los obreros
comprometidos con su construcción se sumaron al furor de la forestación. El
teniente coronel Allaria incentivó entre sus tropas el culto del árbol, y
muchos de sus efectivos destinaban parte de sus ahorros a la adquisición de
semillas y plantines.
“En tres años-observó Rahola-alrededor de los
magníficos cuarteles, modelo de higiene se contempla un extenso bosque, hijo
del esfuerzo de los soldados que debían batirse con sus hermanos, y que mientras
se preparaban para la guerra, se sintieron ya animados por el santo espíritu de
la paz”
Mucho disfrutó el insigne visitante la fresca
sombra y el verdor de los eucaliptos, pinos, tamariscos, plátanos y muchas
otras especies sujetando la tierra para que el inclemente viento sur no se la
lleve, purificando el aire antes contaminado por el polvo y embelleciendo el
paisaje. Comparó el trabajo de aquellos hombres visionarios con el del artista,
al lograr con el esfuerzo de sus manos y su inteligencia hacer florecer la
vida, la belleza y el amor en parajes tan abandonados y tristes.
En el acorazado Pueyrredón fue homenajeado con un
almuerzo íntimo, durante el cual la conversación giró en torno al comercio y la
agricultura. Rahola echó una ojeada al puerto, el dique y la soberbia flota de
guerra abrigada en los muelles. Sin embargo su corazón seguía impactado por el
paisaje y la gente, por la severa transformación del erial infecundo en un
huerto, del desierto en pueblo y por el estrecho vínculo entre militares,
obreros y comerciantes unidos en un esfuerzo común.
“Allí descubrí la clave-manifestó Rahola-de esa
compenetración del ejército con los comerciantes y agricultores. Los soldados
salen de las tiendas, de los escritorios y de las chacras, contagiando a los oficiales
de sus preocupaciones, que constituyen la preocupación nacional”
Una
profética visión de Punta Alta, que más allá de alguna actividad industrial,
comercial y agropecuaria, siempre basó su existencia y su sustento en el
trabajo generado por la Base Naval.
4-Sangre Nueva.
Una melancólica vista de la primera Punta Alta, que tanto impresionó al insigne visitante.
Federico Rahola plasmó sus impresiones argentinas
en el bello libro “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud”
publicado en 1905. El capítulo XXV está dedicado a Puerto Belgrano y aquel
caserío que ya tenía por nombre “Punta Alta”, entre cuya gente caminó, con
cuyos vecinos conversó e intercambió ideas y proyectos. La ocupación de
terrenos ajenos en Punta Alta por parte de obreros de la base y comerciantes, fue
un tema que comentó en la revista mensual “Mercurio” en su edición número 39 del
1 de febrero de 1905.
Hace muy poco tiempo, su descendiente la periodista
Pilar Rahola, admiró a la ciudadanía argentina con la claridad de sus conceptos
y su carácter batallador y contestatario.
Portada del libro Sangre Nueva donde Rahola relata su experiencia puntaltense de 1903.
Raúl Ifran
Fuente: “Sangre Nueva.
Impresiones de un viaje a la América del Sud”. Federico Rahola. Editado en
Barcelona por Tipografía “La Académica” de Serra Hnos. y Russell. 1905.
“Frederic Rahola Tremols y el Centenario de Independencias Hispanoamericanas.
El diseño de la celebración en Barcelona” Gabriela Dallacorte Caballero. Temas
Americanistas Nro. 32- 2014.
Revista Comercial Ibero Americana “Mercurio” Nro. 39. 1 de Febrero de
1905.
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