El calesitero González con Agustina Cattaffi, foto de Periodismo en Redacción.
Recientemente, la calesita de Punta Alta ha sido noticia merced a su
traslado a un nuevo emplazamiento, en la Plaza General Belgrano. Una medida
acertada, promovida por Agustina Cattaffi, que beneficia al paseo público, al calesitero y a los niños que, en
nuestro principal lugar de esparcimiento, encuentran concentrada la mayoría de sus juegos.
Héctor Juan González, calesitero, nació en nuestra ciudad el 19 de
agosto de 1935, cuando todavía éramos una delegación municipal de Bahía Blanca.
Junto a su hermano “Pichín” construyeron la primera calesita de Punta Alta en
1967, en un galpón próximo al Parque San Martín. Verdaderos pioneros de la
actividad.
En 1990, colaborando como periodista freelance y caricaturista de La
Nueva Provincia, me senté con él al borde de su carrusel de colores y
entablamos la charla que reproduzco a continuación, y que el diario me publicó
el viernes 9 de octubre del citado año. Nos conocíamos bastante, pues durante
años llevé mis hijos a su calesita, donde con mi hijo Pablo entablaba
verdaderos duelos de sortija que nos divertían a todos. Agrego la caricatura
tomada del recorte de mi archivo, pues no
tengo el dibujo original, que seguramente le obsequié a González como era mi
costumbre.
No voy a abundar en la historia de la calesita en el mundo ni en el país
para no alejarme de nuestra calesita, que es el motivo de este post. Sí, agrego
joyas de la pintura donde la calesita, el tiovivo, el carrusel, ó como la
llamen, es protagonista.
Caricatura que le hice a González en 1990 y que La Nueva Provincia publicó junto con la charla que mantuvimos. El niño que viene por la sortija es "Tuco", mi personaje de una tira semanal de la revista "La vidriera".
DONDE HAY CHICOS, TIENE QUE
HABER UNA CALESITA.
EL CONCEPTO PERTENECE A
HÉCTOR JUAN GONZÁLEZ.
Vuelta tras vuelta, como en la rueda de la vida, va
transcurriendo el tiempo.
Como un reloj, sus engranajes giran alegremente,
sin importarles que hubo una vez una niñez y un momento de diversión.
El adulto, con su niño interior, recrea ese tiempo
ido con sus hijos, con sus nietos, subiendo y bajando en un animal de madera.
Se proyecta en ellos cuando se estiran para
alcanzar la sortija que permitirá una vuelta más, pero gratis.
¿Quién no quiere una vueltita más? Así, como un
Dios que nos insufla la vida, que nos determina cuándo nacer, cuándo dejar de
girar y cuántas veces debemos subir y bajar en la vida, ese “ser superior” se
nos presenta en la niñez.
El nihilista dirá que tan simple es un hombre.
¿Pero en aquellos días de la infancia no era ese ser el que, con el simple
movimiento de su mano, determinaba cuándo empezaba y cuándo concluía la rueda?
Sin embargo, estamos ante el ocaso de los “dioses”.
Luces de neón, pantallas que reproducen una carrera
de fórmula uno, botones que sirven para derribar aviones enemigos, han
deslumbrado a las nuevas generaciones.
“Ya no es un buen negocio, pero donde hay chicos
tiene que haber una calesita”
Atrapado en sus propios principios, Héctor Juan
González, es un calesitero de ley. Uno de los últimos que queda en Punta Alta
Nació en la ciudad cabecera del partido de Coronel
Rosales hace 55 años. En 1958 se inició como calesitero en un parque de diversiones
y ya no abandonaría tan especial actividad que, en la actualidad, responde más
a una concepción particular de la vida que a un negocio.
“En el parque, cierta vez, me prestaron un
caballito y nos sirvió, a mi hermano Osvaldo y a mi como molde para fabricar
nuestros propios caballitos de resina plástica. Así comenzamos a armar, pieza
por pieza, las dos calesitas que hoy funcionan en la ciudad”
De esa forma, contada de manera sencilla, miles de
niños-hoy muchos ya adultos- empezarían a girar, girar y pedir una vueltita
más.
Los detalles de la construcción van amenizando el
relato de González.
“Con mi hermano creamos los banquitos, pintamos los
paneles y espejos. Osvaldo se encargó de autitos y aviones ya que se
especializaba en herrería metálica y fundición. Hacia 1970, las dos calesitas
estaban concluidas”, señaló.
Dijo que no sólo los niños de Punta Alta se
divirtieron en ellas.
“Estuve con mi calesita en Bahía Blanca, Monte
Hermoso, Coronel Dorrego, Cabildo, Saldungaray, Ingeniero White y Tucumán”,
expresó.
En 1982 recalaría definitivamente en nuestra
ciudad.
Los vaivenes de la economía también han repercutido
en esta actividad.
“Antes la calesita giraba tarde a tarde con su
capacidad colmada. Ya no es así. La crisis económica se refleja también en este
tipo de erogación que es mínima”, dijo.
Un calesitero no se hace sólo por el hecho de tener
un oficio. Hay que sentirlo. Y González lo refleja en algunos puntos de la
conversación.
“Lo malo es que los adultos, a menudo, no entienden
que la niñez se da una sola vez en la vida. La calesita tiene su tiempo y su
lugar en el corazón”.
A las reflexiones, se suman las anécdotas.
“¿Les cuento? Cierta vez se acerca una señora y me
pregunta si su papá podía dar una vueltita. Le dije que sí. ¡El hombre tenía 90
años y nunca había subido en una calesita! El pobre no quería morir sin conocer
la sensación de montar un caballito de madera”.
La historia, para muchos al igual que González, es
cíclica.
“Tengo la satisfacción que muchos niños que hace 20
años disputaban la sortija, ahora traen a sus hijos para repetir la historia”,
señaló.
González es consciente que los tiempos cambian y
con él las modas y costumbres.
“Antes la calesita era un entretenimiento para
familias enteras. Hoy se diría que vienen cuando accidentalmente tropiezan con
ella en su camino”, manifestó.
La noche avanza. La música va sonando cada vez con
menor fuerza. Es hora de tapar la calesita. Su mágico movimiento, aún cuando
sea superado por otros entretenimientos, seguirá latiendo por muchos años en
los corazones de millares de niños.
Signo del tiempo. La calesita es símbolo de un
tiempo.
Raúl Ifran.
Publicado en La Nueva Provincia el viernes 19 de
octubre de 1990.
Atardecer en la calesita. Obra de Lidia Papic.
Calesita del 55. óleo de Ernesto Pereyra.
Calesita de mi barrio, de José Villarino.
Carrusel de Arroyo Campos.
Calesita de Armando Leonetti.
Tiovivo de Eder Alberdi.
Tiovivo de Juan Mari Navascues.
Nada mas acertado que volver a la CALESITA, un fuerte abrazo a Héctor, encontrarse nuevamente con el sueño de su vida. Vamos mi querida Punta Alta.que entre todos podemos conseguir la felicidad eterna. www.bblancaylaregion.blogspot.com.ar
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