1-Emigrando para olvidar.
Luis Alimonda nació en Génova, tierra de
navegantes, en 1875. Cuando tenía once años, su abuela paterna fue mordida por
un perro rabioso. No tenían recursos para salvarla. Los estragos de esta
enfermedad eran terribles. La familia, en medio del dolor y la impotencia,
resolvió en conjunto envenenarla. Uno de los hijos, es muy probable que el
padre de Luis, preparó la pócima fatal y con ella impregnó los labios de su
madre. De ese modo la “despenaron” para alivio de su mal, y de ese modo se
desintegró la familia.
Ese mismo día, el 15 de marzo de 1886, de la mano
de Ángelo, su padre, que era marinero, Luis embarcó hacia la Argentina en el
vapor Adria. Era un buque pequeño, de 2.655 toneladas y mala fama, construido
por la Cunard Line en 1855. Buscaban
poner distancia con el doloroso recuerdo. Tal vez el rudo viento del sur, las
hostiles mareas y el paisaje desconocido, trajeran un poco de alivio a sus
almas. Edmundo De Amicis, en su obra
“Sobre el océano” dice que los italianos emigraban para comer. En este caso,
emigraban para olvidar.
El vapor Adria en el que Angelo y Luis Alimonda viajaron a Argentina.
Arribaron a Buenos Aires el 9 de abril. Padre e
hijo trabajaron codo a codo en actividades
relacionadas con la marinería, en las
que Luis fue adquiriendo conocimientos y templando su carácter. Sin embargo, el
padre extrañaba su tierra. Luego de unos años compró pasaje en el Clementina,
un buque de 1.384 toneladas construido por Palmer Brothers de Jarrow-on-Tyne, y
regresó solo a Italia. Este viaje demoró cuatro meses.
El joven Luis se quedó en el Río de la Plata,
embarcado en un remolcador, perfeccionándose en tareas de práctico. Sin
embargo, como éste era un trabajo muy bien remunerado, y apetecido por los
especialistas de las navieras, fue desplazado por la competencia desigual y
quedó desocupado. Así le llegó un día la noticia de que necesitaban un práctico
naval en el naciente puerto militar de Bahía Blanca. Hacia ese lugar desierto y
lejano se encaminaron sus pasos. Puerto Belgrano era noticia en todo el país,
con una importante cantidad de paisanos trabajando en él, comenzando por su
fundador, el mismísimo ingeniero Luis Luiggi.
2-¿No se anima don Luis a entrar
el Iowa?
Tarjeta postal de la época, mostrando al Iowa entrando al dique.
Luis Alimonda llegó a Puerto Belgrano recomendado
por el naviero croata Nicolás Mihanovich, cuya esposa Catalina Balestra, viuda
de su socio, era genovesa. Aquí, como él mismo decía, se encontró con un
paisaje desolador.
-Este lugar era el desierto, o peor aún. Olas de
arena, movidas por el viento inclemente, nos corrían de un lugar a otro en un
ambiente tan solitario como el mar. Pero con trabajo, perseverancia y mucha fe
conseguimos superarlo. Yo también agarré la pala y planté árboles como todos
los demás.
Llevaba pocas semanas en la base cuando el
almirante Barilari lo llamó para entrar un barco al puerto. Luis pensó, dada su
condición de bizoño, que se trataría de un buque de pequeño calado. Enorme fue
su sorpresa cuando supo que no era así.
-¿No se anima, don Luis, a entrar el Iowa?
-Cómo no, Señor Almirante. ¿Pongo el remolcador a
popa o a proa?
-De ninguna manera. Éntrelo usted mismo desde el
puente.
-¡Madonna Santa!
El buque, un acorazado de la armada norteamericana,
venía navegando desde Cuba y necesitaba unos retoques de limpieza en los fondos
del casco. Era uno de los de mayor manga del momento-21,99 metros- al punto
que, ingresado al dique de carena más grande de América del Sur, apenas
sobraban 60 centímetros por lado. Alimonda demostró con el éxito de la maniobra
la soberbia capacidad de nuestro dique y la no menos admirable pericia del
práctico. Apenas terminada la faena a través de los canales del puerto en plena
construcción, desembarcó y echó un trago de whiski. Esto aconteció en la
primera quincena de octubre de 1902.
Entre 1901 y 1930 Alimonda había movido 13.239
barcos sin una varadura ni accidente que se reflejara en pérdidas económicas ó
humanas. Cerca de un millar de veces entró, sacó ó cambió de ubicación en
Puerto Belgrano a los ciclópeos acorazados Moreno y Rivadavia, y unas cinco mil
al San Martín y al Pueyrredón ya de día como de noche. Condujo a los
presidentes Marcelo Torcuato de Alvear en el Moreno, a Julio Argentino Roca y a
Carlos Pellegrini en el Buenos Aires y a Figueroa Alcorta en la Fragata
Sarmiento, a la que Luis quería entrañablemente, como propia.
Alimonda se había granjeado la estima y el respeto
de todos los oficiales, a muchos de los cuales conocía desde guardiamarinas.
Todos aceptaban sus apreciaciones y consejos. De su pericia dependían los
millones de pesos que valían los grandes acorazados, los destructores y las
torpederas. Además, siempre había estado atento en las situaciones límite para
socorrer a los marinos en peligro de ahogarse.
Entre sus socorridos figuraban el teniente de navío
retirado Guillermo Llosa, el ingeniero maquinista Lorenzo Colorá, el suboficial
maquinista Octavio Pedemonte y un par de marineros durante el trágico naufragio
de la grúa toba en 1924. El práctico, con genuino pudor, evitaba hablar sobre
estos salvatajes.
Otra vista, en una foto de Caras y Caretas, del Iowa en Puerto Belgrano.
3-Antonio Antieri, el socio ideal.
Alimonda y Antieri, en foto de Caras y Caretas, recorriendo una avenida de Puerto Belgrano en bicicleta.
En 1900 llegó a Puerto Belgrano Antonio Antieri, a
quien todos llamaban Nino, apócope de Antonino. Fue marinero y patrón de
remolcador para, en 1914, acceder finalmente a su cargo de práctico.
Había llegado a Bahía Blanca cuando el trazado del
puerto militar era apenas un ambicioso proyecto. Se empleó en una compañía
inglesa y a bordo del “Bella Arena” acarreó pedregullo para las obras. Luego se
quedó a trabajar en la base naval y llegó a patrón del remolcador Querandí.
Antieri se casó en 1905 y tuvo cuatro hijos. Era más
que un compañero de trabajo, juntos componían una dupla fundamental para el
movimiento de navíos en los canales del puerto. Era común verlos en el puente
de mando de los remolcadores, dirigiendo las maniobras, o transitando en
bicicleta las avenidas de la base. Entre las numerosas anécdotas que solía
contar Nino, estaba una referida a la visita del príncipe de Gales, Eduardo de
Windsor, a bordo del acorazado “Repulse” en 1925, acompañado por el presidente
de la Nación y varios ministros.
Alimonda entró el buque de la comitiva en 16
minutos. Sin embargo, al ministro de
marina no le agradó el movimiento y lo reconvino que para la salida, lo
hiciera en mejores condiciones. Luis
agachó la cabeza y se marchó sin responder, sin entender qué pretendía el
funcionario. Éste comentario hirió el amor propio del práctico que con este
acorazado llegaba a 11.000 barcos movidos.
-¿De qué mejores condiciones-masculló para si-me
habla este signore?
Para la salida del Repulse, con el futuro monarca
de Inglaterra a bordo, lo secundaba Nino en El Querandí, a proa. Disgustado por
el injusto e incomprensible llamado de atención del ministro, Alimonda le dio
una directiva precisa a su compañero.
-Nino-le dijo-cuando toque tres veces el pito,
pegás un tirón fuerte con el remolcador y rompés los cabos, y te vas ahí nomás.
Sonaron las tres pitadas y el Querandí aceleró a
toda máquina. Los cables se cortaron. Alimonda ordenó que también se marchara
el remolcador de popa. Hubo cierta extrañeza por este movimiento entre la gente
de cubierta del acorazado inglés, incluido el príncipe y el ministro, que se
abalanzaron al puente para ver qué sucedía.
-Tranquilos, señores-dijo Luis Alimonda con gran
serenidad-Vamos a salir del puerto sin remolcadores. No hay ningún peligro.
Dicho y hecho. El acorazado HMS Repulse, joya del
Reino Unido, salió de nuestro puerto con las mismas facilidades de un bote.
Serenados los ánimos, el ministro de marina exclamó que habría que dar de baja
al patrón del Querandí por bruto.
-Eh, antes debería darme de baja a mi-respondió
Alimonda, y explicó los detalles de la maniobra al asombrado y encumbrado
pasaje.
-¿No querían salir en mejores condiciones?-epilogó
sonriendo-Pues así lo hemos hecho. No hay mejores condiciones que éstas.
-¡qué gringo compadre!-exclamó satisfecho el
ministro.
Un rato después, un edecán le entregó al práctico,
en nombre del presidente, quinientos pesos. El príncipe de Gales le obsequió un
artístico alfiler de corbata, con el escudo real en fino esmalte todo rodeado
de brillantes.
Luis y Nino, en la cubierta del Querandí.
4-Villa Alimonda. Paredes de un
siglo.
Villa Alimonda. Paredes de un siglo.
Luis Alimonda se había casado en 1903. Tuvo
dieciséis hijos. Cuatro de ellos murieron tempranamente. Dos más, una niña de
quince y un muchacho de dieciséis murieron en 1930, con diferencia de diez días,
víctimas de un brote de escarlatina complicado con difteria. Sobrevivieron
cinco varones y cinco mujeres.
La mayor de las hijas había nacido en 1906 y era
maestra normal, otra era profesora de piano, y otra de dibujo y pintura. Dos de
los varones estudiaban en la Escuela de Comercio de Bahía Blanca y el menor lo
ayudaba en los trabajos de jardinería.
-Es guapo ése-manifestaba orgulloso el
marino-fuerte para el trabajo. Lástima que le gusta demasiado la farra, el
fútbol de la pelota y el cinematógrafo.
Luis posando con parte de su familia en el jardín de Villa Alimonda.
El trabajo de las mujeres de la familia había
traído con su aporte, tranquilidad económica. Los varones iban a hacerlo al
finalizar sus estudios.
-Doce hijos y 350 pesos de sueldo-se lamentaba
Luis-El mismo que me fijaron en 1905. ¡Veinticinco años sin un mísero aumento,
cuando un práctico de compañías navieras privadas gana el doble o más!. Hemos
vivido tiempos de angustia y necesidades a causa de esto.
Su tez era bronceada por el trabajo del sol y el
aire marino. Sus ojos brillantes y vivaces. Su sonrisa, fácil. Su voz era
ronca, pero no por el frío del sur.
-Grité cuando murieron mis hijos-decía-grité tanto
de dolor e impotencia, que perdí la voz.
“Villa Alimonda” indicaba una inscripción en el
frente de la casa de Luis, ubicada en la calle 25 de Mayo entre Mitre y Luiggi,
sobre vereda impar. Dicen que el ingeniero Luiggi, genovés como él, lo visitaba
asiduamente. Aquí y allá en esta residencia campeaban los objetos relacionados
con la marinería. Había adornos en el jardín realizados a partir de proyectiles
de cañón de distintos calibres, todos pintados y decorados. Había verjas y
encastrados para las enredaderas construidas con caños de calderas. Había un
águila moldeada en yeso sobre una base lograda con un tubo metálico del “Garibaldi”.
Alimonda no sólo era práctico de navegación, también era jardinero y escultor.
Esta casa con sus paredes de un siglo, está de pie
y en excelentes condiciones para orgullo del patrimonio arquitectónico de la
ciudad.
La hija menor de Alimonda junto al águila moldeada en yeso por su padre. La base es un tubo del Garibaldi. El mar y el arte conjugados en el jardín.
5-Un marino notable.
Partida de Génova hacia la América en una postal dedicada a los inmigrantes italianos.
Luis Alimonda llegó cuando el puerto era una idea
en construcción en medio del desierto. Todo era arena y chañar evocando el
último grito de la indiada.
No era un medio hospitalario. Todo lo contrario. En
esta ría con sus bancos y cangrejales fracasaron los intentos expedicionarios del piloto
español Joaquín Fernández Pareja. Barcos como el bergantín “Paulista”
encallaron en los traicioneros canales y quedaron exhibiendo sus pecios como testimonio
de la rudeza del ambiente.
Muy joven, Luis aprendió el arte de mover navíos.
Las cifras logradas en su carrera sin mácula, tienen ribetes de hazaña. No hizo
perder un solo peso, ni un kilo de hierro, ni una vida a la Marina.
Se codeó con presidentes y almirantes que hoy,
desde la perspectiva de la historia, son próceres de nuestra patria. Todos lo
conocían y lo apreciaban.
Venía de una infancia difícil y su vida no fue
diferente en nuestro suelo. Los héroes no siempre son recompensados como
merecen. A veces, hasta reciben el injusto pago del olvido y el anonimato. Pasó
necesidades sin queja. La fatalidad golpeó su puerta muchas veces. Demasiadas
para un solo hombre. Pero él siguió adelante, conduciendo barcos enormes y
costosos hacia sus destinos de gloria.
-Los barcos son muy caros-solía decir-pero arriba,
llevan algo mucho más valioso: gente.
Una vista actual de la Villa Alimonda, la casa del primer práctico de Puerto Belgrano. En el frente aún se lee el nombre trabajado en material. Los dos pilares de la entrada se aprecian en una de las fotos de 1930.
Raúl Ifran.
Fuentes:
Archivo histórico de la Municipalidad de Punta Alta.
Sitio Histarmar.
Revista Caras y Caretas.
Hermosa historia. Gracias por compartir.
ResponderEliminarExcelente historia.
ResponderEliminarA mi querida y siempre bien recordada Punta Alta Y Puerto Belgrano mi mas profundo cariño...!!!!!! www.bblancaylaregion.blogspot.com.ar.....!!!
ResponderEliminarGracias al que publicó esta biografia !!!,era algo que me intrigaba desde chica,mi tia oriunda deTorquinst,vino para abriese camino a Punta Alta y le alquiló a Teaux un salón y alli su taller de Modista,25 de mayo 618,frente a esta casa, Villa Alimonda, siempre me preguntaba por el misterio y por suerte después de muchos años quedó revelada mi intriga,Gracias!
ResponderEliminarExcelente relato.Personaje ilustre que honra la gesta de los que contribuyeron a engrandecer nuestra querida Base Naval
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