martes, 8 de agosto de 2017

MARCEL PROUST Y EL FERROCARRIL ROSARIO A PUERTO BELGRANO.

El gran escritor francés y un lejano proyecto de nombre melifluo.


 Retrato de Marcel Proust a los 21 años de edad, por el pintor Jacques Emile Blanche


1-En busca del ferrocarril perdido.

 

Marcel Proust nació en Auteuil en 1871 y murió en París en 1922. Entre una y otra fecha hay 51 años en medio de los cuales escribió ensayos, críticas, relatos y su gran novela “En busca del tiempo perdido”, obra cumbre de la literatura del siglo pasado.

Su padre era un eminente médico epidemiólogo, consejero del gobierno francés, y su madre una mujer judía de vasta cultura, nieta de un ministro de justicia, de modo que nació en el seno de una familia acomodada y culta. Creció sobreprotegido a causa del asma que sufría desde muy pequeño. Tempranamente se inició en la activa vida social de los salones parisinos adquiriendo fama de snob y vinculándose con importantes personalidades de la cultura y del arte.

 La herencia familiar hizo posible que viviera sin necesidad de trabajar. Se dedicó a escribir aunque no tuvo ningún éxito por más de veinte años. Recién en 1907 se puso a darle forma a “Por el camino de Swann”, la primera parte de su monumental novela que, una vez concluida, demandaría siete tomos. André Gide se negó a publicarla y el propio Proust costeó esta edición iniciática en 1913. La segunda parte, “A la sombra de las muchachas en flor” recibió el Prix Gouncourt en 1919. Este prestigioso lauro le dio algo de notoriedad en el momento en que le quedaban apenas tres años de vida.

Pasó este último tiempo encerrado en su residencia, aislado de todos, dedicado por completo a terminar su obra. Murió a causa de una bronquitis mal curada y su hermano asumió la edición de los manuscritos. En 1927 éstos se publicaron en forma completa.

En su obra, Marcel Proust plasmó una reflexión acerca del tiempo, llena de melancolía y decepción. Más de doscientos personajes, magistralmente retratados, se entrecruzan e interactúan  movidos a partir de una magdalena remojada en té.

La biografía del escritor no se condice con la brevedad de su vida. Está llena de matices y alternativas donde caben un duelo a pistola, su voluntariado en el ejército durante la primera guerra mundial, su vehemente participación en el sonado caso Dreyfus  y sus apasionados romances. Sin embargo, el tema del artículo es el vínculo de Proust con un lejano ferrocarril a miles de kilómetros de distancia, que nunca llegó a conocer, pero que sus labios pronunciaron una y otra vez, subyugados por las delicadas líneas de su nombre.

 

Proust durante su voluntario en el Ejército en la IGM

2-Ingenioso y evasivo con los trabajos.

 

Proust heredó una fortuna de sus padres y no trabajó más que un par de años a lo largo de su vida. Agasajó a amigos y amantes con relojes, joyas, diamantes, pinturas y en una ocasión un aeroplano. Era profundamente neurótico, supersticioso, temeroso y lleno de problemas de salud. Soportó 110 cauterizaciones nasales por su asma pero aun así nunca pudo inhalar aire fresco con normalidad.
Marcel Proust fue ingenioso y evasivo con los trabajos tradicionales. Estudió leyes pero pronto abandonó y duró sólo dos semanas como empleado de un abogado. “Ni en mis más desesperados momentos he concebido nada tan horrible como un estudio jurídico” escribió alguna vez.
Obsesionado con los libros consideró convertirse en bibliotecario. Tuvo éxito al ser admitido en la “Bibliothéque Mazarine” donde permaneció cuatro años sin arremangarse ni  un solo día de trabajo. Un récord seguramente único en los anales de cualquier empleo.
Puso su dinero en acciones de glamorosos proyectos como The Australian Gold Mines, Malacca Rubber Plantations, Doubowdia Balka and North Caucasian Oildfiels y Egiptian Refineries. Hizo inversiones, incluso, en el quimérico proyecto del ingeniero Henri Lemoine, que afirmaba que podía fabricar diamantes de manera sencilla y con bajos costos y que, como es de imaginar, terminó en un millonario fraude.
Pocas de estas acciones generaron algún lucrativo retorno. Él mismo se quejaba en una carta que las reservas de goma, la cotización del petróleo y el resto, siempre esperaban hasta el día después que él comprara para retirarse del mercado. Al final, su más exitoso emprendimiento fue un burdel para homosexuales. No tuvo ningún talento para ganar dinero tanto como  lo tuvo para derrocharlo.



3-Obsesionado con los trenes.


Locomotora del Ferrocarril Rosario Puerto Belgrano año 1910

 

Las poderosas formas del transporte moderno ejercían gran fascinación en Proust. La jornada de tren a Balbec le provocaba una gran excitación que lo hacía comparar el viaje con la separación de una madre con su hijo. 
He aquí la visión de un viaje en tren atormentada por la ansiedad, la impotencia y el temor a la muerte.
“La pena del último minuto de despedidas, cuando sobreviene la separación, disimulada a pesar de ser inevitable, entre el bullicio y prisa de la gente, de repente se vuelve insuperable y se levanta ante todos, ineludible, concentrada en un desolado y flagrante instante de impotente conciencia” reflexionaba.
Para Proust la tabla horaria de la estación era la materialización de lo inevitable. Ésta, según su razonamiento, introduce una precisión que previamente no molesta a nadie, pero llegado el momento impone la valorización de la más insignificante porción de tiempo. Ya no sólo valen las horas. También los minutos.
La obsesión de Marcel con la tabla horaria de los trenes hacía palpitar su corazón tan profundamente, que en vísperas de su visita a Florencia y Venecia “las guías turísticas, y aún más que las guías, la tabla horaria del tren” lo hicieron presa de una fiebre tan tenaz que el doctor lo instó a abandonar la idea de viajar.
Proust comentaba el viaje en tren como una especie de experiencia erótica. Freud escribió que es un curioso hecho que los muchachos toman con  intenso interés cosas conectadas con el tren, sobre todo en la edad en que la producción de fantasías es más activa, poco antes de la pubertad, y usan estas cosas como el núcleo de un simbolismo peculiarmente sexual.
Marcel entonces era una amalgama del adolescente de Freud y la descripción de Beard cuando relata que un físico alemán llamó “temor del viaje en tren” a un síntoma que se observa en alguien que se vuelve nervioso y cansado por una larga residencia en trenes a causa de la desagradable y monótona vibración del viaje en tren.
Dada su creencia de que las tablas horarias del ferrocarril eran los más apasionantes trabajos de imprenta no es sorprendente que invirtiera fuertemente en The Tanganyka Railways, en África del Este, y United Railway of Havana, en América Central. A esto hay que agregarle que luego de la muerte de sus padres, Proust dependía financieramente de su cartera de inversiones.

Viaje inaugural del Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano.


4- Un ferrocarril de nombre melifluo.


Apeadero de Calle Colón.

Según el escritor sobre temas de vino Neil Pendock, Proust era un hedonista no sólo del sabor, del tacto y del olfato: “Proust hubiera sido un formidable juez del vino” sino que además se guiaba por el algo-ritmo que combinaban las letras de los títulos y los nombres. Pendock sospechaba que Proust elegía sus amigos, como sus vinos, por la delicadeza de las letras que armaban sus nombres.
Siguiendo esta inclinación Proust gustaba repetir sonoros títulos de nobleza a veces combinados con su apellido. André Gidé comentó en cierta oportunidad que rechazó el original de la primera parte de “En busca del tiempo perdido” porque la encontró plagada de alusiones a marquesas y condes. El escritor también pedía sus platos preferidos y vinos de acuerdo con la melodiosidad de sus nombres. Era como si comenzara el placer del gusto a partir del sonido de las palabras.
Su participación en la adquisición de acciones y valores no escapaba a esta ley. No escogía por la cotización en la bolsa de valores. Lo hacía por lo bien que sonaban: “Pins des Landes”, “Malacca Rubber Plantations”, “Caucasian Oilfields” y su preferido “Chemin de Fer de Rosario a Puerto Belgrano”.
Por extraño que parezca, la mayoría de los autores que mencionan esta elección de Marcel Proust, coinciden en que el nombre de esta Empresa tuvo un poder hipnótico sobre su gusto. Hablan en otros idiomas del “melifluo nombre”, del “nombre preferido”, del proyecto “espléndidamente llamado”.
Lo cierto es que Marcel Proust murió en 1922 en momentos que el Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano se extendía de Punta Alta a Bahía Blanca y nuestro recordado apeadero de madera de calle Colón se veía flamante y promisorio. Como todas sus corazonadas, por más lindo que sonaran, este ferrocarril tampoco dejó buenos dividendos. Se marchó por las vastas llanuras que nos rodean en busca del sueño perdido. 
De Proust nos queda una monumental novela. De nuestro ferrocarril una crónica matizada, a veces, con curiosidades como ésta. A lo mejor, en otra dimensión, el escritor y el tren se encontraron para exorcizar sus respectivos fantasmas.

Curiosa tarjeta postal de 1912 celebrando los ferrocarriles franceses en Argentina. Dentro del kilometraje expuesto, se encuentran los que corresponden al Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano.

Fuentes:
“Embracing the ordinary. Lessons from the champions of everyday life”. Michael Foley. Simon & Schuster Ed. UK 2012
“Proust and América”. Michael Murphy. Liverpool University Press. Liverpool, England 2007
“Fairviews´finest” Blog de Neil Pendock .



 Hermosa vista de la Estación Almirante Solier en una foto del sr. Horacio Fucile.




 

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