El gran escritor francés y un lejano proyecto de nombre melifluo.
Retrato de Marcel Proust a los 21 años de edad, por el pintor Jacques Emile Blanche
1-En busca
del ferrocarril perdido.
Marcel Proust nació
en Auteuil en 1871 y murió en París en 1922. Entre una y otra fecha hay 51 años
en medio de los cuales escribió ensayos, críticas, relatos y su gran novela “En
busca del tiempo perdido”, obra cumbre de la literatura del siglo pasado.
Su padre era un
eminente médico epidemiólogo, consejero del gobierno francés, y su madre una
mujer judía de vasta cultura, nieta de un ministro de justicia, de modo que
nació en el seno de una familia acomodada y culta. Creció sobreprotegido a
causa del asma que sufría desde muy pequeño. Tempranamente se inició en la
activa vida social de los salones parisinos adquiriendo fama de snob y
vinculándose con importantes personalidades de la cultura y del arte.
La herencia familiar hizo posible que viviera
sin necesidad de trabajar. Se dedicó a escribir aunque no tuvo ningún éxito por
más de veinte años. Recién en 1907 se puso a darle forma a “Por el camino de
Swann”, la primera parte de su monumental novela que, una vez concluida,
demandaría siete tomos. André Gide se negó a publicarla y el propio Proust
costeó esta edición iniciática en 1913. La segunda parte, “A la sombra de las
muchachas en flor” recibió el Prix Gouncourt en 1919. Este prestigioso lauro le
dio algo de notoriedad en el momento en que le quedaban apenas tres años de
vida.
Pasó este último
tiempo encerrado en su residencia, aislado de todos, dedicado por completo a
terminar su obra. Murió a causa de una bronquitis mal curada y su hermano
asumió la edición de los manuscritos. En 1927 éstos se publicaron en forma
completa.
En su obra, Marcel Proust plasmó una reflexión
acerca del tiempo, llena de melancolía y decepción. Más de doscientos
personajes, magistralmente retratados, se entrecruzan e interactúan movidos a partir de una magdalena remojada en
té.
La
biografía del escritor no se condice con la brevedad de su vida. Está llena de
matices y alternativas donde caben un duelo a pistola, su voluntariado en el
ejército durante la primera guerra mundial, su vehemente participación en el
sonado caso Dreyfus y sus apasionados
romances. Sin embargo, el tema del artículo es el vínculo de Proust con un
lejano ferrocarril a miles de kilómetros de distancia, que nunca llegó a
conocer, pero que sus labios pronunciaron una y otra vez, subyugados por las
delicadas líneas de su nombre.
Proust durante su voluntario en el Ejército en la IGM
2-Ingenioso y evasivo con los trabajos.
Proust heredó una fortuna de sus padres
y no trabajó más que un par de años a lo largo de su vida. Agasajó a amigos y
amantes con relojes, joyas, diamantes, pinturas y en una ocasión un aeroplano.
Era profundamente neurótico, supersticioso, temeroso y lleno de problemas de
salud. Soportó 110 cauterizaciones nasales por su asma pero aun así nunca pudo inhalar
aire fresco con normalidad.
Marcel Proust fue ingenioso y evasivo
con los trabajos tradicionales. Estudió leyes pero pronto abandonó y duró sólo
dos semanas como empleado de un abogado. “Ni en mis más desesperados momentos
he concebido nada tan horrible como un estudio jurídico” escribió alguna vez.
Obsesionado con los libros consideró
convertirse en bibliotecario. Tuvo éxito al ser admitido en la “Bibliothéque
Mazarine” donde permaneció cuatro años sin arremangarse ni un solo día de trabajo. Un récord seguramente
único en los anales de cualquier empleo.
Puso su dinero en acciones de glamorosos
proyectos como The Australian Gold Mines, Malacca Rubber Plantations, Doubowdia
Balka and North Caucasian Oildfiels y Egiptian Refineries. Hizo inversiones,
incluso, en el quimérico proyecto del ingeniero Henri Lemoine, que afirmaba que
podía fabricar diamantes de manera sencilla y con bajos costos y que, como es
de imaginar, terminó en un millonario fraude.
Pocas de estas acciones generaron algún
lucrativo retorno. Él mismo se quejaba en una carta que las reservas de goma,
la cotización del petróleo y el resto, siempre esperaban hasta el día después
que él comprara para retirarse del mercado. Al final, su más exitoso
emprendimiento fue un burdel para homosexuales. No tuvo ningún talento para ganar
dinero tanto como lo tuvo para
derrocharlo.
Las poderosas formas del transporte
moderno ejercían gran fascinación en Proust. La jornada de tren a Balbec le
provocaba una gran excitación que lo hacía comparar el viaje con la separación
de una madre con su hijo.
He aquí la visión de un viaje en tren
atormentada por la ansiedad, la impotencia y el temor a la muerte.
“La pena del último minuto de
despedidas, cuando sobreviene la separación, disimulada a pesar de ser
inevitable, entre el bullicio y prisa de la gente, de repente se vuelve
insuperable y se levanta ante todos, ineludible, concentrada en un desolado y
flagrante instante de impotente conciencia” reflexionaba.
Para Proust la tabla horaria de la
estación era la materialización de lo inevitable. Ésta, según su razonamiento,
introduce una precisión que previamente no molesta a nadie, pero llegado el
momento impone la valorización de la más insignificante porción de tiempo. Ya
no sólo valen las horas. También los minutos.
La obsesión de Marcel con la tabla
horaria de los trenes hacía palpitar su corazón tan profundamente, que en
vísperas de su visita a Florencia y Venecia “las guías turísticas, y aún más
que las guías, la tabla horaria del tren” lo hicieron presa de una fiebre tan
tenaz que el doctor lo instó a abandonar la idea de viajar.
Proust comentaba el viaje en tren como una
especie de experiencia erótica. Freud escribió que es un curioso hecho que los
muchachos toman con intenso interés
cosas conectadas con el tren, sobre todo en la edad en que la producción de
fantasías es más activa, poco antes de la pubertad, y usan estas cosas como el
núcleo de un simbolismo peculiarmente sexual.
Marcel entonces era una amalgama del
adolescente de Freud y la descripción de Beard cuando relata que un físico
alemán llamó “temor del viaje en tren” a un síntoma que se observa en alguien
que se vuelve nervioso y cansado por una larga residencia en trenes a causa de
la desagradable y monótona vibración del viaje en tren.
Dada su creencia de que las tablas
horarias del ferrocarril eran los más apasionantes trabajos de imprenta no es
sorprendente que invirtiera fuertemente en The Tanganyka Railways, en África
del Este, y United Railway of Havana, en América Central. A esto hay que
agregarle que luego de la muerte de sus padres, Proust dependía financieramente
de su cartera de inversiones.
Viaje inaugural del Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano.
4-
Un ferrocarril de nombre melifluo.
Apeadero de Calle Colón.
Según el escritor sobre temas de vino
Neil Pendock, Proust era un hedonista no sólo del sabor, del tacto y del
olfato: “Proust hubiera sido un formidable juez del vino” sino que además se
guiaba por el algo-ritmo que combinaban las letras de los títulos y los
nombres. Pendock sospechaba que Proust elegía sus amigos, como sus vinos, por
la delicadeza de las letras que armaban sus nombres.
Siguiendo esta inclinación Proust
gustaba repetir sonoros títulos de nobleza a veces combinados con su apellido.
André Gidé comentó en cierta oportunidad que rechazó el original de la primera
parte de “En busca del tiempo perdido” porque la encontró plagada de alusiones
a marquesas y condes. El escritor también pedía sus platos preferidos y vinos
de acuerdo con la melodiosidad de sus nombres. Era como si comenzara el placer
del gusto a partir del sonido de las palabras.
Su participación en la adquisición de
acciones y valores no escapaba a esta ley. No escogía por la cotización en la
bolsa de valores. Lo hacía por lo bien que sonaban: “Pins des Landes”, “Malacca
Rubber Plantations”, “Caucasian Oilfields” y su preferido “Chemin de Fer de
Rosario a Puerto Belgrano”.
Por extraño que parezca, la mayoría de
los autores que mencionan esta elección de Marcel Proust, coinciden en que el
nombre de esta Empresa tuvo un poder hipnótico sobre su gusto. Hablan en otros
idiomas del “melifluo nombre”, del “nombre preferido”, del proyecto “espléndidamente
llamado”.
Lo cierto es que Marcel Proust murió en
1922 en momentos que el Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano se extendía de Punta Alta a
Bahía Blanca y nuestro recordado apeadero de madera de calle Colón se veía flamante
y promisorio. Como todas sus corazonadas, por más lindo que sonaran, este
ferrocarril tampoco dejó buenos dividendos. Se marchó por las vastas llanuras
que nos rodean en busca del sueño perdido.
De Proust nos queda una monumental
novela. De nuestro ferrocarril una crónica matizada, a veces, con curiosidades
como ésta. A lo mejor, en otra dimensión, el escritor y el tren se encontraron
para exorcizar sus respectivos fantasmas.
Curiosa tarjeta postal de 1912 celebrando los ferrocarriles franceses en Argentina. Dentro del kilometraje expuesto, se encuentran los que corresponden al Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano.
Fuentes:
“Embracing the ordinary. Lessons from the champions of everyday life”.
Michael Foley. Simon & Schuster Ed. UK 2012
“Proust and América”. Michael Murphy. Liverpool University Press.
Liverpool, England 2007
“Fairviews´finest” Blog de Neil Pendock .
Hermosa vista de la Estación Almirante Solier en una foto del sr. Horacio Fucile.
Muy interesante. Hermosa historia.
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