I-Un
hombre libre.
El hombre se arregló el impecable traje oscuro, se
acomodó el bigote de manubrio a la usanza de la época y saludó cortesmente al
director del Hospital Militar. Había concluido los exámenes médicos que la ley
imponía para su liberación.
-A partir de este momento, las puertas están abiertas
para usted-le dijo el funcionario-es un hombre libre.
Eran las 9.00 a.m del martes 1 de agosto de mil
novecientos once. Nadie hubiera reconocido en este joven de treinta y cuatro
años, de aspecto distinguido y modales educados, al penado número 40 del
Presidio Militar de Ushuaia, ó al sargento segundo distinguido del Cuartel de
Artillería de Costas del Puerto Militar de Bahía Blanca, y menos aún, al
alevoso matador del teniente coronel Carlos A. Mallo, primer comandante de este
cuerpo, cuna de la actual Base de Infantería de Marina Baterías. Pablo L.
Funes, culminaba una dolorosa etapa de su vida iniciada trágicamente once años
antes en las desoladas dunas de la Punta sin Nombre.
En el exterior, un grupo de amigos que lo aguardaba impaciente,
prorrumpió en exclamaciones de júbilo. El comandante Aníbal Villamayor fue el
primero en abrazarlo. Habían sido compañeros de celda en 1905, cuando el ex
jefe del Batallón II de Infantería de Bahía Blanca fuera condenado por su
adhesión a la revolución radical, involucrado en la masacre de Estación
Pirovano. Funes, con la cara hundida en el pecho de su amigo, no pudo contener
el llanto. El teniente Orfila, a unos pasos, aguardaba su turno para manifestar
su alegría y su afecto.
Un fotógrafo y un cronista de la revista Caras y
Caretas documentaban el momento.
-Estoy resuelto a formar en las filas de los hombres
honrados y de trabajo-expresó lacónica-mente el ex sargento.
Luego cruzó la calle del brazo de sus compañeros y
cerró un capítulo escrito con sangre en la historia del primer puerto militar
de la República Argentina.
El ex sargento Pablo Funes, en el centro, rodeado por el comandante Villamayor y el teniente Orfila, en las puertas del Hospital Militar, el 1 de agosto de 1911, al momento de recuperar su libertad. |
II-Tormenta en el Cuartel de Artillería de Costas.
La noche del jueves
diez de mayo de mil novecientos, una paloma mensajera levantó vuelo desde el
Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar hacia la unidad del ejército
de la que dependía en Bahía Blanca.
Abajo, entre los muros de piedra y hormigón de la flamante fortificación, un
grupo de hombres alentaba su vuelo con desesperación. Una rigurosa tormenta,
típica de la inhóspita región, confundió el rumbo del animal e hizo que llegara
muy tarde a su destino.
Portaba un mensaje del
doctor Sixto Laspiur dirigido a sus colegas Lucero y Vigo para que, provistos
de algunos equipos de cirugía, se trasladasen con urgencia a Puerto Belgrano; el
teniente coronel Carlos Mallo, sufría una violenta hemorragia. El doctor Lucero
se comunicó enseguida por teléfono para obtener precisiones de lo que ocurría
en el cuartel. La respuesta lo dejó atónito. Nada podía hacerse, ya. El
comandante había fallecido el día once a la mañana, entre las 7 y 8.30 horas.
Poco a poco comenzó a
destejerse la maraña del luctuoso acontecimiento. La muerte del jefe había
sido ocasionada por 18 heridas punzantes causadas por un machete de máuser, esgrimido
por su subalterno el sargento distinguido Pablo L. Funes.
Las cosas fueron así. En las últimas horas de la tarde del jueves,
luego de las formalidades del cambio de guardia de prevención, el comandante
Mallo requirió la presencia del sargento Funes en su despacho que se
encontraba en el edificio de la séptima batería. A los pocos minutos se
escucharon gritos desgarradores y desesperados.
-¡Me
asesinan!-vociferaba alguien-¡Me asesinan!
Cuando los efectivos de
la guardia y los oficiales de la comandancia acudieron al patio de la batería,
encontraron al teniente coronel acribillado a puñaladas, yacente en un charco
de su propia sangre. Parado frente a él, absorto, en actitud contemplativa, el
sargento aún aferraba el arma. Uno de los cabos desarmó al victimario que no
ofreció resistencia, mientras el resto de los hombres auxiliaba al jefe.
El doctor Laspiur, en
un ligero examen, contó 18 heridas, todas en la caja del tórax, muchas de ellas
afectando órganos vitales. Hizo unas primeras curas pero su rostro sombrío
anticipaba el peor final. No existían esperanzas para el desdichado oficial. El
agresor fue engrillado, incomunicado y encerrado en una de las mazmorras de la
fortificación. El motivo del crimen era
un misterio y, aún hoy, es motivo de controversias. Un redactor del diario “El
porteño” de Bahía Blanca escribió con genuina amargura que esas 18 puñaladas se
llevaban dos gratas esperanzas a la tumba.
Foto donde se observa al teniente coronel Mallo, a pocos metros del sitio donde fue herido (1) y donde cayó para no volver a levantarse (2)
III-El tren de la muerte pasó por Punta Alta.
Eran varias chatas de
hierro negro atravesando la nada.
El domingo 13 de mayo
de mil novecientos, la formación que procedía del Cuartel de Artillería de
Costas del Puerto Militar trasladando los restos mortales del comandante Mallo,
pasó por Punta Alta y llegó a la Estación del Ferrocarril del Sud en Bahía Blanca
a las 2.20 horas de la madrugada. En
diez minutos se agregaría al tren ordinario con destino a la Capital Federal.
Allá, el almirante Daniel de Solier, ya organizaba los honores fúnebres a
tributar por orden del Ministro de
Marina. Allá, destrozada por el dolor, aguardaba una madre, la señora Magdalena
García de Mallo.
Escoltaba el convoy una
compañía de artilleros, en guardia de honor, con uniforme de gala y fusiles al
hombro. En la estación de Bahía Blanca, por orden del ministerio de marina, esperaba
una comisión de oficiales que, en señal de duelo, lucían un crespón negro en la
empuñadura de sus espadas. A la comitiva se sumaron los hermanos del extinto jefe,
señores Martín e Ignacio Mallo, llegados de La Plata apenas conocida la
infausta nueva. Una verdadera multitud se agolpaba en el andén para despedir al
distinguido jefe. Quedaron registrados, entre otros, los nombres de Ramón
Zabala, Ángel Brunel, Luis Costa, Felipe Machado, Lorenzo Garay, Manuel Tobia,
Sixto Laspiur, Rafael Rica, Guillermo Barker, Víctor Foricher, Juan Manuel
López Camelo, Juan Rufrancos, Santos Brian, Augusto Brunel, Juan Lamberti,
Eugenio Villanueva, Eduardo Córdoba, Bernardo Feinberg, Juan Schap, Marcos
Mora, Martín Delpech, Manuel Moneta, Antonio Viñas, Juan Canata, Agustín López
Camelo, Mario Fernández, Tomás
Gutiérrez, Acacio Paiva, Santiago Rubert. Todos querían estar presentes en el
último adiós al amigo .
El teniente coronel
Carlos A. Mallo era un militar muy competente e ilustrado. Alumno destacado del
Colegio Militar de la Nación, gozaba de mucho prestigio entre sus pares. Los
cinco galones de su divisa eran fruto de su contracción al trabajo y su
permanente capacitación. Su preparación fuera de lo común hizo posible que
integrara numerosas comisiones técnicas en las que siempre sobresalió. El
ejército y la artillería habían sido su vida. El ejército, la artillería y la
sociedad argentina sufrían una gran pérdida.
Cuando el pito del tren
anunció la partida, en medio del cataclismo ferruginoso de las ruedas,
obnubilado por el humo de las calderas, el comandante Mallo emprendió su último
viaje, dejando atrás las desoladas extensiones, feudo de las tribus de los
Ancalao y los Linares. Partía el primer jefe del Cuartel de Artillería de
Costas del Puerto Militar, y por designios de la fatalidad, lo hacía para
siempre.
Teniente Coronel Carlos Mallo, primer jefe del Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar.
Formación ferroviaria conduciendo los restos del comandante Mallo a Buenos Aires.
IV-Un destino sellado en un día.
Mientras en Puerto
Belgrano se instalaba la capilla ardiente, con el cadáver del comandante
todavía caliente, el capitán Badaró puso al tanto de la situación al comodoro
Martín Rivadavia, ministro de marina. Éste le ordenó hacerse cargo de la
jefatura de policía del Puerto Militar y envió
un telegrama al ingeniero Luiggi para que facilitara toda la
colaboración que el caso requería.
El capitán de fragata
Eduardo Lan, designado Juez instructor del proceso, partió hacia Bahía Blanca con la misión del levantamiento
del sumario y el esclarecimiento de los hechos.
El doctor Adolfo J.
Orma, antiguo rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, se ofreció para
llevar adelante la defensa del sargento. En ese establecimiento, Funes había cursado estudios hasta el tercer año, antes de ingresar al
ejército y había dejado una excelente im-presión y amables recuerdos.
Correspondía actuar al
Consejo Permanente de Guerra para marinería presidido por el capitán de navío
Manuel Guerrico, a quienes secundaban los tenientes de navío Alegre, Pozzo,
Aparicio, Bello y César, el subteniente Bosch como secretario y el doctor
Escalada como auditor. En esa época, la ley tenía previsto para este tipo de
delito, la sustanciación del juicio en una misma jornada. En un procedimiento
breve y sumario, se oiría la acusación del fiscal, la defensa del doctor Orma y
se dictaría sentencia. El destino de Funes, tenía que quedar sellado en un día.
Las opiniones estaban
muy divididas. Había trascendido que el teniente coronel Mallo trataba con
excesiva dureza al sargento y que existía una profunda antipatía entre ambos.
Funes, en reiteradas ocasiones había confesado a sus camaradas que estaba
profundamente disgustado con este trato. Días antes de la tragedia, en rueda de
amigos, dijo que había soportado demasiados insultos y hasta bofetones de su
superior, pero que no iba a tolerar otra vez aquella ofensa que ningún buen
hijo puede perdonar. Evidentemente, se refería a un insulto que involucraba el honor de su madre.
Otra versión que
circuló en esos días, afirmaba que Mallo había degradado a Funes por cuestiones
del servicio, arrancándole brutalmente las jinetas y despojándolo del
destacamento que tenía a su cargo. Los comentarios que hizo el sargento entre
la tropa y en algunas casas de la guarnición, fueron motivo para que el jefe lo
llamara a su despacho la noche del 10 de mayo cuando se desencadenó el
sangriento drama.
Algunos hablaban de un
pleito de polleras.
Unos doscientos vecinos
de Puerto Belgrano, hicieron llegar a la redacción del diario “El porteño” de
Bahía Blanca una petición dirigida al ministro de marina. Pedían consideración
para el sargento Funes, mostrándolo víctima de humillaciones. La gente del
diario, se negó a publicar esta petición. El comodoro Martín Rivadavia también
desestimó el pedido.
En la memoria de la
floreciente sociedad crecida alrededor de las obras del puerto, aún cruzaban
las imágenes de la conmemoración, el último marzo, del primer aniversario del
cuartel. Hubo una nutrida concurrencia que quedó impactada por la galantería,
gallardía y hospitalidad del comandante Mallo y sus subordinados. La fiesta, en
medio del desierto, duró todo un día.
Un mes después, con
motivo de las pruebas de tiro de la batería III, el teniente coronel Mallo
impresionó a personalidades de la zona, como el coronel Arent, los doctores
Arata y Laspiur, el coronel Day, los mayores Lagos y Dieserens, el ingeniero
Luiggi y el capitán Badaró. Era innegable, que el alto jefe, gozaba de mucho
prestigio.
El 30 de mayo el
capitán Lan dio por terminado el sumario, caratulándolo “Homicidio alevoso sin
ninguna causa atenuante”. El fiscal pidió la pena de muerte. El doctor Orma, en
tanto, pedía que se declare a su defendido exento de pena por sufrir de
epilepsia. La epilepsia de Funes, decía Orma, estaba comprobada fehacientemente
por exámenes médicos y otros medios de prueba, y era causa suficiente de
exención de pena. De la actuación
sumarial los médicos forenses habían determinado que Funes era epiléptico y
que, en el acto de cometer el crimen se encontraba bajo los efectos de un
paroxismo epiléptico. Esto lo impulsaba irresistiblemente a hundir una y otra
vez el machete en el cuerpo de la víctima sin responsabilidad de su acción. Sugerían
que el propio jefe lo había puesto en situación de violencia.
Una década más tarde,
el ilustre José Ingenieros, comentó este caso y demolió el alegato del doctor
Orma en su obra “Simulación de la locura ante la criminología, la psiquiatría y
la medicina legal”, aduciendo que el epiléptico impulsivo es el más peligroso
de todos los criminales, y por ende, merece la más grave de las condenas. Según
Ingenieros, la condena de Funes se fundó en la responsabilidad de su acto y no
en su verdadera peligrosidad criminal. Según este experto en criminología, la
circunstancia de su enfermedad en lugar de absolverlo lo condenaba.
Gran conmoción causó la
noticia del fallo absolutorio que, en un brillante triunfo forense, logró el
doctor Orma, diputado nacional por Buenos Aires, para el sargento Funes ante el
Consejo permanente, con solo dos votos en contra del tribunal, el 11 de julio
de 1900. Sobre todo, considerando que prima facie, los argumentos de la
fiscalía parecían abrumadores. Sin embargo, el 1 de agosto de 1900, en la
próxima instancia, el Supremo Consejo de Guerra hizo lugar a la apelación del
procurador fiscal y anuló esta sentencia condenando al sargento Funes a
presidio indeterminado, a cumplirse en la Cárcel Militar de la Isla de los
Estados.
El caso estaba cerrado.
La oficialidad del Cuartel de Artillería de Costas, con el comandante Mallo detrás del oficial sentado, en ocasión de la fiesta por el aniversario del Cuartel, en marzo de 1900.
Otra imagen de esa fiesta, donde los invitados posan junto al cañón nro 4 de la Tercera Batería.
Comida en el Cuartel de Artillería de Costas, en Abril de 1900, donde el comandante Mallo homenajeó a distinguidas personalidades.
El consejo de Guerra encargado de enjuiciar a Funes.
Arriba dr. Adolfo Orma, defensor de Funes. Abajo, capitán de fragata Eduardo Lan, fiscal.
V-Un viaje al fin del
mundo.
El círculo de amistades
de Pablo L. Funes se mostró consternado ante la noticia del crimen. Tenía
veintitrés años y había sido alumno aventajado del Colegio Nacional de Buenos
Aires, donde había cursado hasta el tercer año de estudios. El doctor Orma era
rector del Establecimiento cuando Funes fue alumno.
Pablo Funes era nativo
del Bragado y, huérfano desde muy pequeño, había sido recogido por el señor
Miró, diputado provincial. Parte de su familia biológica residía en Tucumán, en
el departamento de Famaillá.
Fue uno de los
fundadores del Centro Literario Nicolás Avellaneda, y en más de una
oportunidad demostró sus condiciones de poeta, sentimental y romántico.
En 1893 se incorporó al
Batallón de Infantería de Marina creado el 26 de agosto de ese año en Capital
Federal, permaneciendo en él hasta el 27 de noviembre de 1898 en que se
disolvió el cuerpo. Junto con el resto de los efectivos pasó a revistar en la
Artillería de Costas. Era buen subordinado, muy aplicado, y sus fojas de
servicio muy satisfactorias. Llegó a desempeñarse como subteniente en comisión,
teniendo un destacamento bajo su mando en el Cuartel de Puerto Belgrano.
Tenía auténtica
vocación militar, y gran pasión por el arma de artillería. No perdía ocasión de
devorar cuanto libro cayera en sus manos, y siempre estaba buscando alguna
materia nueva que aprender.
El miércoles 16 de mayo
de 1900, engrillado y custodiado por un piquete formado por un sargento, un
cabo y cuatro soldados al mando del
teniente Spurr, Funes llegó en tren a la Estación Constitución, donde lo
aguardaba una pequeña muchedumbre que le hizo muestras de simpatía y le deseó
suerte. Luego, el reo fue entregado al jefe de la prisión militar instalada en
el pontón “La Paz”, viejo casco de madera del vapor Rosetti estacionado en el
dique 3 de la darsena Sud.
En los últimos días de
agosto Funes fue embarcado en el transporte “Guardia Nacional” con rumbo a los
mares del sur, hacia el presidio del fin del mundo en la Isla de los Estados.
Unos cronistas se habían apostado en el puerto para arrancarle alguna
declaración. Su caso había interesado a la opinión pública de todo el país.
-Estudiaré zoología,
botánica y mineralogía-dijo-Trataré de prestar mi concurso a la ciencia de
aquellas apartadas y casi desconocidas regiones.
Sargento distinguido Pablo L. Funes.
Cárcel Militar en el Pontón La Paz, en la Dársena Sur.
El sargento Funes en el bote que lo conduce al transporte Guardia Nacional.
VI-El despensero del presidio.
La colorida y variada
población que despidió al “Guardia Nacional” fue el último contacto de Funes
con la civilización por varios años. Este barco viajaba periódicamente hacia
las áridas y salvajes zonas de nuestro sur, de modo que cada vez que partía
reunía en el muelle a misioneros salesianos, buscadores de oro, marinos
extranjeros, parientes de los escasos tripulantes y comerciantes que cargaban
sus provisiones.
No hay registros de su
estadía en isla de Los Estados. No hay fotos vistiendo el traje de rayas
horizontales amarillas y negras. A la prisión de San Juan de Salvamento, y
luego la de Puerto Cook, los hombres iban a morir de frío y soledad. Los presos
gozaban de cierta libertad porque el clima y el mar, profundo y gélido,
desbarataban cualquier idea de fuga. La cárcel no eran las miserables casuchas
de chapa y madera, era el aire húmedo y enfermizo, era la vegetación rala y
descolorida, era la turba que devoraba sus pisadas, era el silencio cubriéndolo
todo. Como había dicho el mercenario rumano Julius Popper, la verdadera cárcel
era la isla. El único descanso que esperaba a esos desdichados, era una tumba
en el cementerio del presidio, anónima y sin flores.
En 1902 el gobierno
decide, por razones humanitarias, trasladar el presidio a Puerto Golondrina,
en Ushuaia. Este movimiento propició el cruento escape de cincuenta y un presos
con muertos y heridos. Aquí se destacó el nombre del penado Pablo L. Funes, ex
sargento del cuerpo de Artillería de Costas del Puerto Militar, se negó a
participar del motín. Se quedó en el presidio auxiliando a los guardias
heridos. Este comportamiento le valdrá el reconocimiento y la consideración de
las autoridades del presidio.
En 1909, en el presidio
militar de Ushuaia, había 62 penados a quienes custodiaba un destacamento de
conscriptos. El director del penal era el mayor Herrera, secundado por el
teniente Gregory y el contador Zambra. Los presos se dedicaban a diferentes
trabajos. Martín Alfonso era boyero, Evaristo Sosa era pastor de una majada de
carneros, Felipe Arce era el panadero, Angelino Arancibia cortaba y repartía
leña, Martín Alfonso era boyero, Angel Urueña ayudaba al contador con sus
libros. Todos estos nombres tenían un triste pasado, protagonistas de oscuros
crímenes.
Todas las mañanas, los
vecinos del pequeño pueblo de Ushuaia, veían un carrito pintado color plomo tirado por un caballo, pasar frente a la iglesia y devorar los tres kilómetros
que separaban el presidio del almacén del señor Piqué. Lo conducía un joven
alto, a quien todos conocían y estimaban. Era el ex sargento Pablo L. Funes
encargado de comprar los víveres que consumían en la cárcel. Como no era
practicable una licitación pública en el Territorio de Tierra del Fuego para
proveer a la Cárcel de Reincidentes de racionamiento y artículos en general por
falta de licitantes, el Ministerio de Hacienda asignaba 15.000 pesos moneda
nacional para que la Dirección del Penal afrontara ese abastecimiento
administrativamente.
Funes no sólo hacía las
compras, también era responsable del reparto de la mercadería y llevaba la
contabilidad de los gastos. Era el despensero del presidio.
Era un buen muchacho y
los jefes lo querían mucho. Le permitían comer en la cocina del jefe de la
cárcel el mismo rancho de los oficiales. En sus ratos libres se dedicaba a la
lectura y a la fotografía. De Punta Arenas le habían mandado de regalo una
cámara y con ella tomaba vistas de los paisajes fueguinos.
A los penados de buena
conducta se les permitía tener su quinta y su gallinero. Con la venta de las aves y los huevos
juntaban algunos pesos para sus gastos. Otros, se dedicaban a las tallas de
madera que comercializaban con los pasajeros de los barcos que llegaban al
puerto.
En la
publicación “Registro Nacional de la República Argentina-Año 1910-Segundo
Trimestre”, página 202, se lee “Decreto acordando indultos en conmemoración
del primer centenario de la emancipación nacional- Buenos Aires. Mayo 18 de
1910. En conmemoración del primer centenario de la emancipación nacional y en
uso de los poderes de guerra que la Constitución le acuerda, el Presidente de
la República decreta: Artículo 1.0. Conmútase las penas de presidio
indeterminado por la de presidio por 11 años, a los siguientes penados que han
demostrado conducta intachable y demostrado arrepentimiento: Ejército.- Vicente
Castillo, Teodoro Sánchez, Arturo Ortiz, Justino Sánchez, Angelino Arancibia,
Pedro Ilcyesy, Amadeo Rinaldi. Armada.- Esteban Britos Pereyra y PABLO L.
FUNES.”
El ex sargento Funes, en el carrito color plomo del presidio, de compras en el pueblo de Ushuaia.
El sargento Funes con el señor Pique, dueño del comercio que abastecía al presidio. Año 1910.
VII- Conclusión.
Una de las
primeras leyendas que los habitantes de Punta Alta, Puerto Belgrano, Baterías y
toda la región aprenden, es la del Capitán sin Cabeza. Pero claro, es una
leyenda borrosa, difuminada por la transmisión boca a boca de abuelos a padres
y de padres a hijos. A veces se parece mucho y se confunde con la Leyenda de
Sleepy Hollow de Washington Irving. Hablan de un soldado que espera trepado en
las ramas de un árbol el paso del capitán, montado en su caballo, y le corta la
cabeza que luego entierra en un lugar nunca revelado. Hablan de un duelo a
espada, en las playas de Baterías, por una mujer que no se decide por uno o por
otro.
En algún momento
se descubre que la historia fantástica nace a partir de una historia real.
Aquí se sabe que
el capitán era un teniente coronel y el asesino un sargento, porque en un
principio, el Cuartel de Artillería de Costas pertenecía al ejército. Se sabe
que los protagonistas de este drama eran dos caballeros ejemplares y
admirados y que tenían rostros y nombres propios, Carlos Mallo y Pablo Funes.
No se sabe, y ya
no se sabrá nunca, porqué las cosas sucedieron como sucedieron.
Inútil es emitir
juicios cuando ha pasado tanto tiempo. Hubo mucha gente que simpatizaba con uno
ó con otro y que justificaba a éste y denostaba a aquél. Sólo ellos dos
conocieron lo que sucedió el 10 de mayo de 1900 por la noche, y las causas que
condujeron a la muerte de Mallo y la condena de Funes. Lo cierto es que la
muerte nunca se justifica y que nuestra historia, como dijo el periodista de
“El porteño”, perdió con aquellas puñaladas dos gratas esperanzas.
Raúl Oscar Ifrán.
Punta Alta.
Fuentes.
Revista Caras y Caretas primera época.
Diarios "El porteño" y "La Prensa"
Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados 1905
Revista Militar del Círculo Militar Vol. 49
Revista Jurídica Argentina La Ley Vol. 126
José Ingenieros. "Simulación de la locura"
Alfredo Becerra. "Los prófugos de la is. de Los Estados según diarios de la época"
Argentina hacia el sur. Construcción social y utopía en torno a la creación del primer puerto militar de la República. 1895-1902
Revista Argentina Austral vol. 15
Registro Nacional 1901
Las fotos son, en su totalidad, de revista Caras y Caretas primera época.
Muy bueno Raúl. Buena historia e impecablemente narrada. Felicitaciones
ResponderEliminarQuerido Julio, qué alegría tu mensaje. Aprecio mucho tu comentario. Estuve rastreando estos datos durante meses, con mucha paciencia. Y ojo que la historia no termina aquí. Voy por más. Un abrazo, amigo.
EliminarMuy buena la historia y narrada en forma excelente. Muchas gracias.
ResponderEliminarEstimado Daniel, es un orgullo tener un lector tan jerarquizado. Felicitaciones por tu trabajo que sigo y disfruto. Gracias por los comentarios. Un abrazo desde Punta Alta.
EliminarExcelente narración, que visos de realidad debe tener, aunque la verdad nunca se sepa, como se ha dicho. Arribado a la BNPB, en el año 1962 como Guardiamarina de IM, conocí parte ínfima de la leyenda,; recuerdo tan solo lo del "Capitán sin Cabeza". Me ha agrado mucho leerla y la he distribuido entre personas vinculadas, que seguramente sabrán apreciar tan buenas líneas.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Comparto con usted el privilegio de haber pasado por la Base de I.M. Baterías, yo, como personal civil. Gracias, de nuevo, por sus apreciaciones.
EliminarTodos los "Bichos Verdes" recordamos la leyenda del "Capitàn sin Cabeza", desconocíamos su origen. Su investigación y narraciòn nos entrega una respuesta. Muchas Gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias por la lectura y el comentario. Sigo investigando, de modo que el tema no termina aquí.
EliminarHola Raúl,
ResponderEliminarMuchísimas gracias por haberme enviado el link de esta nota. Disculpá si no te respondí antes, pero no soy de andar demasiado por Facebook y no supe tampoco cóm responderte desde allí. Muy buena la nota y el material, ¡felicitaciones! Gracias de nuevo. Gustavo Chalier, Archivo Histórico Municipal de Punta Alta
Muchas gracias por la lectura y el comentario, Gustavo. Es un honor para mi. Tengo mucho material escrito por vos en mis archivos. Te felicito por el trabajo y te agradezco la generosidad de ponerlo al alcance de todos los que nos interesamos por la historia nuestra. Un abrazo.
Eliminarelente narración, totalmente desconocida para mí. Sí lo que conozco son los lugares por donde anduvo el sargento Funes, tanto Baterías, como el fantástico sur argentino. La cárcel (o cárceles que ya no están) en la Isla de los Estados, como así también el cementerio. El viejo lugar en Bahía Golondrina a donde se mudó la cárcel y obviamente la cárcel de reincidentes de Ushuaia. Por lo que relata, estos hombres eran toda una institución en sí mismos. Ya que según sus dichos, esto tiene para más cuento, espero poder leer algún día, cómo terminó la vida del famoso sargento Pablo Funes.
ResponderEliminarMuchas gracias Daniel por la lectura y el interés demostrado. Sigo descubriendo detalles de la historia, algunos impensados. Espero cerrar el ciclo de esta historia en algún momento. Un abrazo desde Baterías.
EliminarSr. Raúl Oscar Ifrán, muchas gracias por tan apasionante historia, soy un investigador aficionado de la historia de las zonas australes de nuestra patria y nacido en Tierra del Fuego. Vivo precisamente en un lugar de Ushuaia próximo a Bahía Golondrina donde se hallaba el presidio militar luego de su mudanza de la Isla de los Estados en 1902. Conversando con antiguos pobladores, alguno de ellos me comentó que Pablo Funes terminó formando matrimonio con una dama de la alta sociedad en Buenos Aires. ¿Sabe algo de eso y del resto de la vida de este ex presidiario?
ResponderEliminarEstimado Raul Isfrán
ResponderEliminarLe agradezco profundamente poder conocer a traves de su investigación la muerte de mi tio bisuabuelo con lujo de detalles. Sabia algo vagamente pero en mi casa no se hablaba para nada de este tema. Muchas gracias nuevamente
Jorge Bayá Casal.
EstimadoRAULmuy buena investigación gracias por compartir tan maravillosa historia,ya que e estado destinado en la base.USHUAIA COMO INFANTE DE MARINA DURANTE TRESS AÑOS CUSTODIANDO ESAHERMOSA CIUDAD,ME SERIA MUY GRATO SABER MAS DE ESTA GRAN HISTORIA .
ResponderEliminarExcelente Raúl!!!! Impecable la narración, me tuvo atenta tooodo el tiempo!!!! Trabajo impecable!!!!!!
ResponderEliminarExcelente nota, sería interesante saber que fue de la vida de FUnes.
ResponderEliminarExcelente nota, sería interesante saber que fue de la vida del Sgto. FUnes, después de ser liberado
ResponderEliminarEn la primer foto aparece el teniente Orfila, se refiere al Teniente coronel José Orfila? Si pudiera aclararmelo sería muy importante para mí investigación familiar, gracias
ResponderEliminarExcelente trabajo de investigación, narración y recopilación de documentación gráfica y escrita, sobre este triste hecho, que muchos desconocíamos. Felicitaciones!
ResponderEliminar