jueves, 27 de abril de 2017

PUERTO BELGRANO EN 1913.


Construcción de las casas de bombas y los canales de desagüe.

En el lapso de tiempo que va de la creación del Puerto Militar de Bahía Blanca en 1898, bajo la batuta del ingeniero Luis Luiggi, hasta 1923 en que ya hablamos de la Base Naval Puerto Belgrano, se destaca el período 1912-1913 en que se multiplican los trabajos tendientes a completar y ampliar las obras fundacionales.
Florecen construcciones como las del Dique número dos y el muelle de atraque a cargo de la Constructora Dirks, Dates y Van Hatten sobre los planos originales de Luiggi.
Los trabajos se extendieron desde principios de 1912 hasta mediados de 1917. El ingeniero Vicente Isbert legó a la historia de nuestro puerto un gran álbum de fotos que documentan estas ampliaciones.
El puerto militar era un tema central en el interés público de la Argentina de esa época, por eso la revista Caras y Caretas le dedicaba importantes espacios en sus publicaciones. Así ocurrió en el número 793 del 13 de diciembre de 1913 en sus páginas 72 y 73 donde el articulista identificado con el seudónimo de Plick escribió el texto que transcribo a continuación con las fotos que lo ilustraron.

AMPLIACIÓN DEL PUERTO MILITAR DE BAHÍA BLANCA.


 Estado de la compuerta y la cámara de receso.

La obra de ampliación de! Puerto Militar de Bahía Blanca es, sin duda, una de las que mayor importancia tienen entre las muchas obras públicas que se están llevando a cabo en todo el país. Aquel puerto, que tiene excepcionales condiciones de conformación natural
y topográfica, será, claro está, el gran puerto naval de la república. Según lo demuestran nuestros grabados, puede verse a qué grado de adelanto han llegado ya las obras, iniciadas apenas hace unos meses, y que probablemente muy pronto serán definitivamente concluidas
y el puerto iniciará sus grandes servicios.
Los muros y plateas se asientan sobre una espesa capa de tosca, lo bastante consistente como para ese fin, y, en casos especiales, sobre arena de la capa terciaria que está inmediatamente debajo de la primera, y que, perfectamente encajonada entre  capas impermeables, ofrece gran resistencia.
Los muros del dique de carena donde entrarán los grandes acorazados que se construyen, son de hormigón formado de cemento, arena y pedregullo; los basamentos visibles de los muros se han revestido de piedra granítica de espesor conveniente. Este dique tiene ciento ochenta y tres metros de largo disponible, y consta de dos secciones. El movimiento de materiales que se emplean en la construcción se realiza por medio de doce grúas corredizas de gran poder, con motores hidráulicos.
Basta dar una mirada a las fotografías para reconocer el gran valor que representa esta obra y su trascendencia. Recientemente ha sido inspeccionada por el subsecretario de Obras Públicas.


Plick.

Galería de fotos.

Obreros trabajando en el canal de achique de la casa de bombas.

Interesante foto donde se observan operarios civiles listos para hormigonear un muro.

Construcción del muro de atraque.

Una vista de las obras en fotos de Caras y Caretas.

Traslado de uno de los grandes martinetes. 10 mil toneladas.


PUERTO BELGRANO EN 1915

Comandancia del puerto y Cruceros 9 de Julio y Garibaldi.

En la revista Caras y Caretas número 848, publicada el 1 de enero de 1915, en sus páginas 68 y 69, apareció un bonito artículo dedicado a nuestro Puerto Militar, firmado por el prestigioso periodista, escritor y político Santiago Fuster Castresoy, autor de los libros “Ingenuidades y niñeces. Cuentos y bosquejos” y “Errores de la propaganda argentina” entre otros. Protagonista de una activa vida social en nuestro país, participante de relevantes hechos de la historia de principios de siglo veinte, el citado personaje estuvo en nuestro puerto a finales de 1914.
Muy atractiva es, sobre todo, la descripción de nuestro paisaje en las justas palabras de Fuster Castresoy y su observación de la actividad de los obreros civiles de 1915. Transcribo a continuación el texto completo con las fotografías que lo acompañaron.

EL PUERTO MILITAR DE BAHIA BLANCA.
Caras y Caretas Nro. 848 del 1 de enero de 1915 páginas 68 y n69.


Ejercicios de Cañón en una de las Baterías.

Frente al majestuoso Atlántico extiende sus dominios el primer puerto militar de la República, sobre una vasta zona de la costa lindera a la ciudad de Bahía Blanca. Su forma y su situación es de ventajas equivalentes para cumplir con comodidad los fines a que está llamado con respecto a la marina de guerra. En él se refugia nuestra escuadra, y los grandes buques adquiridos recientemente, irán a sus muelles cómodos y apropiados para tales monstruos.
Desde la iniciación de los trabajos de su construcción, no ha cesado el movimiento en toda la zona que ocupa, y cuando las dársenas han estado terminadas y armado el montaje de las defensas, guinches, diques, y demás partes, se ha vuelto a la obra de reformas y ampliaciones que el tiempo por un lado, y los consejos de la experiencia por otro exigen para el mantenimiento de un apostadero de tanta importancia.
Allí todo está previsto y calculado. Si fuésemos una potencia naval por el número de nuestros barcos, nada nos quedaría por envidiar de las magnificencias de otros países que tienen puertos militares famosos, para no menos famosas escuadras.

El San Martín entrando al dique de carena.

El arte de la guerra ha llevado allí el multiforme espectáculo de sus caprichos. Sin ser uno partidario de las armas que aniquilan todo lo hecho por el trabajo y la civilización, se siente allí por un momento, algo de estupefacción ante las enormes siluetas de los cañones que apuntan al mar, como vigías imperturbables. El arte y la mecánica os revelan que el hombre es más perspicaz para hacerse temible que para hacerse amar. Aquellos guinches enormes, levantando piezas como verdaderas moles, aquellas plataformas portátiles que conducen sobre rieles angostos la carga de los cañones y de los barcos, los diques plenos de orgullo naval con sus murallas grises, los buques grises, las piedras grises también; todo eso en conjunto, y de trecho en trecho la formidable blancura de tal cual navio antiguo, reposando inmóvil sobre los ultimos vaivenes del Océano, os dan una impresión magnífica, 3' hasta puede haceros pensar que la guerra es un bien.
Nuestro Puerto Militar ha sido una de esas obras que han llamado la atención de cuantos le han visitado, siendo sus opiniones favorables; opiniones que se comprenden cuando se visita aquello, y más aun, cuando se deja seducir el cronista por el esplendor de la luz, el brillo de las armas, y la policromía de una vida distinta al resto de la que se está viviendo un poco más adentro, apenas unos cuantos cientos de metros.
No es, pues, mi fin el hacer análisis del valor que para la defensa pueda tener el Puerto Militar. Una visita exterior, priva a la sutileza periodística desarrollar sus funciones de observación, máxime cuando en esos sitios se procura que los verdaderos asuntos de importancia no sean divulgados, como es natural.
Queda tan sólo, pues, imaginarse esos secretos, presentirlos, creer que aquella forma tapada por amplia lona es un terrible instrumento reservado para Dios sabe qué trascendentales destinos. Que tras de un paredón de mampostería, cubierto por gran techumbre de cinc se están elaborando las temibles armas. Que más allá se abre un dique para grandes unidades, en fin; y que en todas partes se trabaja con el ansia de vencer cuando venga una guerra que nadie quiere, que todos adivinamos, y que, sinceramente, nos parece una locura.

Llenando de agua uno de los diques.

En todas partes retumba el eco del martinete, incesantemente, prosiguiendo construcciones. Por cualquier muelle que vayáis, la vida naval presenta un detalle nuevo, una manifestación interesante.
Estos trabajos ahora no progresan
La dificultad en los transportes retarda la llegada de elementos que debían venir de Europa. El gran dique destinado a los dreaudnoughts, queda inconcluso con este trastorno muy común en las circunstancias actuales, y eso implica un grave inconveniente que costará mucho dinero al país.
Hace poco tiempo se discutió en los círculos técnicos, la necesidad de hacer reformas en el puerto, en un perímetro de la costa arenosa y poco estable, dragándose el fondo, en gran profundidad, como requieren las necesidades de aguas destinadas a recibir buques de gran calado; y así las arenas del mar no corran formando bancos a la entrada del puerto, haciendo desaparecer el peligro para el movimiento de navios. A pesar de eso, se hacen grandes esfuerzos para salvar el error, y asegúrase allí que dentro de poco habrá desaparecido el inconveniente.
Y como digo en otro punto, no he visitado el puerto con intenciones de crítica ni con proyectos de análisis economista. Su panorama es bello porque domina la infinita línea del mar. La luz de aquellas latitudes derrama fulgores en todo el cuadro, dándole vigor y alegría. Las corazas y las chimeneas, los cañones y los mástiles, los talleres y los diques, todo ello en conjunto es un armonioso cuadro que me hace soñar en los azares del mar bravío, entre el estampido del cañón.
Cuando realmente se ve la magnificencia del espectáculo es a las horas de labor, en que multitud de operarios corren a sus puestos, hormigueando por entre armazones de acero y trincheras de piedra. Dentro de poco el Puerto Militar estará de fiesta, y sus parapetos tendrán gallardetes. Es indudable que su bullicio cesará para que el mugido de los dreaudnoughs lo invada todo, como un estruendo de la fuerza y de la grandeza del dinero del pueblo...



 Vistas generales del puerto.



SANTIAGO FUSTER CASTRESOY.

miércoles, 12 de abril de 2017

GRANDES PRUEBAS DE TIRO EN LA BASE NAVAL DE PUERTO BELGRANO.

Hermosa vista de las baterías costeras bombardeando los blancos en el mar.

Tal el título de un artículo publicado en la revista Caras y Caretas número 1565 del 29 de septiembre de 1928, página 91.
Se refería a un ejercicio combinado de buques de la Armada Argentina, la artillería de costas y la incipiente aviación naval realizado en lo que es hoy la Base de Infantería de Marina Baterías.
El almirante Manuel Domecq García, ministro de Marina, presenció las evoluciones de las fuerzas con sus binoculares, de pie sobre el techo de los parapetos de las baterías. Lo acompañaron periodistas, críticos navales y numeroso personal militar de alta jerarquía.
Un maravilloso espectáculo ofrecieron, en medio de gruesas columnas de humo, los exploradores torpederos Catamarca, Córdoba, Cervantes y Garay que de ese modo camuflaban su posición para evitar el ataque de los cañones Krupp de 240mm. emplazados en la costa. Las nubes flotaban sobre las aguas y difuminaban la esbelta figura de los ágiles barcos.
Las colosales piezas de artillería, sin embargo, batieron sus blancos repetidas veces para la admiración y el reconocimiento de los peritos presentes, entre el atronador retumbo, los fogonazos y el acre olor de la pólvora que envolvieron los murallones de piedra de las defensas.
Los apuntadores y artilleros desplegaron una rápida y eficaz actividad, demostrando su pericia con excelentes resultados en las pruebas, siempre auxiliados por los ayudantes que iban y venían conduciendo los proyectiles de gran calibre destinados a alimentar el poder de los grandes cañones.
Fue posible observar, además, el buen desempeño de las unidades de la aviación naval: aviones y dirigibles, éstos últimos empleados para indicar desde gran altura la posición de los blancos a las baterías de la costa. Las pruebas aéreas constituyeron una de las experiencias más interesantes de las maniobras. Los aviones, en cambio, trabajaron en combinación con las unidades navales desplegadas en las aguas del puerto. Unos y otros cumplieron su cometido al resolver sus respectivas misiones.
Un comentario adicional mereció la belleza visual ofrecida por los Savoia Marchetti moviéndose por el mar inquieto, ya para despegar como para acuatizar, y el dirigible “El Plata” deslizándose serenamente por el cielo primaveral de estas latitudes sirviendo de reglaje al tiro de las baterías costeras.
Luego de observar los impactos marcados por las baterías de la escuadra de exploradores durante las pruebas de bombardeo, las autoridades invitadas a presenciar el evento se retiraron muy satisfechos y elogiaron con entusiasmo los resultados del ejercicio.

Galería de fotos.

Una espectacular vista de la División Exploradores de la Armada Argentina avanzando en medio de una cortina de humo.

Explorador "Cervantes" navegando al amparo de una cortina de humo. Más atrás se observa el resto de la División.

Una colorida postal del Explorador "Córdoba".

Acuarela del Explorador "Juan de Garay"

El explorador "Catamarca"

Almirante Domecq García, ministro de Marina, observando los ejercicios sobre una de las casamatas de las Baterías Costeras. 

Ayudante de artillero preparando uno de los proyectiles de 240mm.

Un Savoia Marchetti decolando para unirse a las maniobras.

Dirigible evolucionando sobre las Baterías terrestres "marcando" los blancos.

Fuentes: Revista Caras y Caretas.
               Sitio Histarmar.

jueves, 6 de abril de 2017

CONVENIENCIA EN DECLARAR A PUNTA ALTA ZONA MILITAR.


Una escena de Punta Alta de la época de publicación del artículo.

1-Un artículo curioso.

Entre mayo de 1917 y abril 1918 el Boletín del Centro Naval publicó en su sección “Crónica Nacional”, un curioso artículo donde exponía la posibilidad de anexar Punta Alta a la zona militar. En él se percibía desde el título una posición favorable de las autoridades navales al proyecto aduciendo diversos motivos.
Uno de los temas que, en apariencia, más preocupaba a las jefaturas militares era el crecimiento de los movimientos sociales y las huelgas que comenzaban a practicarse en nuestro país con fuerza singular. Dentro de un medio sometido a la jurisdicción militar y sus disposiciones, esos movimientos no tendrían lugar.
También se capta entre líneas que la población de aquella Punta Alta de veinte años no estaba de acuerdo con convertirse en parte de un cuartel y a quedar sometida a leyes y reglamentos militares.
Transcribo a continuación el artículo completo con sólo algunas correcciones ortográficas.


Esquina de Bernardo de Irigoyen y 25 de Mayo en 1919-

2- Una idea con resistencia.

“La proximidad del pueblo de Punta Alta a Puerto Militar plantea el problema de su anexión la zona militar por razones múltiples desde el punto de vista de los intereses militares y civiles. Actualmente se agita la idea de llevar a su realización dicho propósito que ha encontrado resistencia en los intereses creados de una parte del comercio local que ha de mirar sus beneficios disminuidos por la prudente y celosa administración que habría de encargarse del bien general de la población.
¿Se teme la intervención de las autoridades de la armada? ¿Por qué?
El criterio militar cuidará con especial y patriótico empeño los intereses del nativo y del extranjero, los de este último con particular atención, no solo porque así lo dice la condición migratoria de nuestro territorio, lo que ha hecho de ese elemento el factor principal de nuestros progresos especialmente económicos, sino porque una perfecta civilización se caracteriza por la amplitud de su sentimiento hospitalario y son así más cultos los pueblos que mejor tratan a los que movidos por cualquier circunstancia y alentados en el caso por una confianza que nos honra y beneficia, abandonan su país de origen para acogerse a las liberalidades que nuestro suelo y nuestras leyes ofrecen a los hombres de todas las latitudes de la tierra”.


El colegio Sarmiento, en calle Luiggi en el año 1919-

3-Temor a los espíritus turbulentos y perturbadores.

“El criterio militar protegería en Punta Alta a todo ese elemento extranjero que por sus hábitos de trabajo y honradas aspiraciones sea realmente cooperativo del progreso de la región, pero en cambio sería inexorable con el espíritu turbulento y perturbador de los que por falsos conceptos de la libertad predican la disolución social y buscan realizarla por el desorden y el crimen.
Derecho reconocido el de la huelga dentro de las declaraciones de la ley fundamental de la nación, se hace un verdadero delito en cuanto exagera sus propósitos y pretende coartar el libre ejercicio del derecho de los demás. Ese elemento sin radicación en nuestro país, flotante por falta de ambiente propicio, que ha venido a nosotros como los detritos a las costas, merecería de parte del criterio militar la más severa vigilancia y el peso de represiones harto justificadas si declarada Punta Alta zona militar, pretendiese implantarse en nuestros dominios que forman parte de una nación virgen de opresiones sociales y abundante en beneficios y riquezas de toda especie.
Dentro de estos conceptos aseguradores de la libertad moral y civil del trabajo y de la propiedad, ¿Qué puede temer Punta Alta de ser declarada zona militar?”


Calle Urquiza y Colón en 1919. Carros y barro.

4-Una intervención con ventajas.

“Entre las ventajas de anexar Punta Alta a Puerto Militar pueden mencionarse las siguientes:
I-Las primeras medidas resolverían el problema de la pavimentación de las calles y el no menos importante de las obras de salubridad.
II-Los grandes viveros de Las Baterías facilitarían grandemente la formación de cuidadas avenidas con árboles ya desarrollados. En un año la transformación a este respecto sería completa y la valorización de las tierras su consecuencia.
III-Los servicios del Hospital Naval se extenderían a toda la población, con precios equitativos, y una asistencia médica consciente y de responsabilidad sería su más importante efecto.
IV-La justicia federal protegería todos los intereses y el criterio militar sólo se dejaría sentir para producir medidas de orden, de confianza y de progreso.
V-Las casas de tolerancia serían ubicadas en una zona especial y perfectamente inspeccionadas y vigiladas.
VI-La higiene más severa garantizaría la salud de todos.
VII-La educación primaria sería cuidada con celosa competencia.
VIII-Se trataría de disminuir el número excesivo de los negocios, de acuerdo con las necesidades de la población.
IX- El arsenal sería declarado zona reservada y Punta Alta zona militar pública”.

El Hospital Naval ofrecido como una de las ventajas de la zona militar a la población civil.

Fuente: Boletín del Centro Naval, Tomo XXXV , mayo 1917 abril 1918, números 400 al 411, páginas 476, 477 y 478.



martes, 4 de abril de 2017

Federico Rahola y un caserío llamado Punta Alta.

1-Una personalidad influyente.

Retrato de Federico Rahola realizado por Ramón Blanco.

Federico Rahola fue un abogado, político, economista y escritor catalán nacido en Cadaqués en 1858. Fue alumno en el Instituto Ramón Muntaner. El tema del nuevo mundo estaba presente en sus pensamientos, al punto que la inmigración a América fue la tesis con que culminó sus estudios superiores en la Universidad de Madrid en 1879.
Tuvo activa participación en importantes congresos jurídicos y mercantiles en su patria, logrando en 1898 la representación como delegado técnico en Francia.
No hubo tema relacionado con la jurisprudencia, el comercio y la política que no abarcara y en el que no influyera.
En 1901 fundó la publicación El Mercurio, autotitulada revista comercial hispanoamericana, cuya finalidad era promocionar y estimular el comercio con América.
En 1896, vinculado al Partido Conservador, obtuvo una diputación en el Congreso por el distrito de Vilademuls. Fue diputado en 1905  por la Liga Regionalista, partido del distrito de Barcelona. En 1907 fue diputado por el distrito de Igualada. De 1910 a 1918 ocupó un escaño en el senado por la circunscripción de Gerona  siendo portavoz de su partido en la cámara alta.
Fundó el Instituto de Estudios Americanistas devenido luego en la Casa América de Cataluña. Escribió muchísimos artículos en los principales medios periodísticos de la época y es autor de varios libros. Presidió la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Cataluña, fue miembro de la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona y fue coautor con Francisco Carreras de la Geografía General de Cataluña.
Como poeta, sus obras recibieron importantes distinciones.
Murió a los 61 años, el 10 de noviembre de 1919, en Cadaqués su pueblo natal.
En 1903, junto a José Zulueta y con el motivo de promocionar los productos de Cataluña arribó a Buenos Aires a bordo de la primera clase del transatlántico Reina María Cristina. Luego de visitar los sitios más destacados de la capital fue invitado a conocer otros lugares más distantes pero no menos importantes. Así llegó al Puerto Militar, el Cuartel de Artillería de Costas y un caserío disperso que ya llamaban Punta Alta.

Vapor Correo Reina María Cristina, en cuya primera clase arribó Rahola a Argentina en 1903.

2-Misión oficial en Argentina.

Este viaje que, a simple vista, parecía un emprendimiento personal de Rahola, recibió de la monarquía ibérica el status de misión oficial y de embajada comercial. El objeto era incrementar el intercambio entre Cataluña y Argentina, para compensar la reciente pérdida de los mercados de Cuba y Antillas. Aparte de José Zulueta lo acompañaban un dirigente de la Asociación Catalana Arte Mayor de la seda y otro de la Industria y Talleres de Bilbao, empresa dedicada a la construcción de ferrocarriles.
En Argentina, esperaba a los viajeros una nutrida colectividad de inmigrantes vascos, la mayoría dedicados a la ganadería.
El 23 de septiembre de 1903 llegaron al Río de la Plata. Rahola era un hombre muy culto y conocía con lujo de detalles la historia de los países sudamericanos. Hicieron una parada en Montevideo y enseguida cruzaron hacia Buenos Aires. Nuestra capital impresionó vivamente al distinguido visitante, que ante su magnificencia, se atrevió a compararla con Londres. Sin embargo, no pasó desapercibida la convivencia espacial entre el palacete y el conventillo, símbolo de la diferencia de clases sociales imperante. Otra cosa que llamó a Rahola poderosamente la atención, fue el elevado costo de vida y el efímero valor del peso argentino.
Le producía extrañeza caminar entre tantos maravillosos edificios nuevos y no tropezar, de repente, con un solar histórico. Todo era reciente en la Buenos Aires de 1903. No pudo percibir, en medio de una ciudad tan cosmopolita, un espíritu que pudiera llamarse nacionalista entre tanta influencia extranjera. Le quedó grabada en el recuerdo la multitud de carruajes de pasajeros en constante ir y venir por las calles y avenidas adoquinadas.
Advirtió que, a falta de nobles, en un país democrático por excelencia, proliferaban, en cambio, los “doctores” e “ingenieros”, que no siempre respaldaban su denominación con el título correspondiente. La hospitalidad de la sociedad argentina, era proverbial.
En el Mercado General de Frutos quedó maravillado por las montañas de lana, las piràmides de cuero y la abundancia del trigo que eran embarcados hacia los cuatro puntos cardinales del mundo, en una actividad febril. Esto era, en definitiva, lo que había venido a ver en Argentina.
Otra actividad que generó su admiración fue la periodística, a la que calificó como atractiva, bàsica y fuerte. Muy observador y curioso, Rahola recorrió todos los barrios porteños en muy poco tiempo.
La comitiva, recibida por el vicepresidente Norberto Quirno Costa, tuvo ocasión de visitar la Casa Rosada y tener una audiencia con el general Julio Argentino Roca, presidente de la Nación. Allí platicaron sobre intereses comunes y se tomaron un par de fotografías. Al día siguiente concurrieron a la Exposición Rural donde volvieron a encontrarse. También visitaron, en su residencia, al general Mitre.
De Buenos Aires se dirigieron a Rosario. La próxima parada fue Roldán, estación del Ferrocarril Central Argentino. En el campo, Rahola se familiarizó con el gaucho, las liebres y vizcachas, el payador, el facón y la taba, el asado, la empanada y la doma de potros.
Santa Fe fue la continuación del periplo y en todo momento fue acompañado por el doctor Freire, gobernador de la provincia. Luego,  Colastiné y Paraná, en Entre Ríos, donde presenció la carga del quebracho chaqueño. En algún momento comparó nuestras dilatadas llanuras con las estepas rusas.
Aquí y allá se encontró con inmigrantes españoles o sus obras.
De nuevo en el tren reflexionó que en Argentina, a diferencia de España, los ferrocarriles iban en pos del desierto y las poblaciones en pos del ferrocarril. De la mesopotamia pasaron al Uruguay y luego regresaron a Buenos Aires. Aquí realizó una intensa vida social y se interesó por la situación de los inmigrantes españoles en Argentina.
Realizó también un detallado análisis de la situación cultural nacional con comentarios de literatura gauchesca, teatro, música, pintura y sus autores.
El próximo paso de su viaje fue Bahía Blanca. Gran impresión le produjo el movimiento registrado en los puertos de Ingeniero White y Cuatreros. En esta instancia arribó a Puerto Belgrano, el puerto militar de Bahía Blanca, y un caserío crecido alrededor del puerto y del ferrocarril que comenzaba a llamarse Punta Alta.


Chalet Nro. 8 del Puerto Militar, residencia del Ingeniero Luiggi con la arboleda crecida.

3-Un caserío llamado Punta Alta.


Una vista general del puerto militar en la época de la visita de Rahola.

En los muelles del Ferrocarril Sud, Federico Rahola y su comitiva embarcó en el vaporcito “República” que, en medio de marchas militares y aires nacionales argentinos ejecutados por la banda de la escuadra de mar, se dirigieron a Puerto Belgrano.
Allí los aguardaban el coronel Luis Maurette, jefe del puerto, y el ingeniero Luis Luiggi, autor de las obras. Rahola describe a Luiggi como un hombre alto, seco y nervioso que, muy verborrágico, les fue desgranando copiosa información acerca de la gran transformación realizada en la zona. Rahola tenía conocimientos del clima de guerra vivido en 1898 frente a Chile y la necesidad argentina de un puerto de refugio y aprovisionamiento en el Atlántico construido en tres años a pesar de su monumental envergadura.
Quedó maravillado al pie del dique de carena, al que calificó de capaz de albergar los más grandes transatlánticos salidos recientemente de los astilleros del mundo y calados aún mayores.
 Hizo los 20 kilómetros del ferrocarril estratégico camuflado entre las dunas, para llegar a las baterías del Cuartel de Artillería de Costas, y apreció el poder de los cuatro cañones Krupp de 24 cm. de tiro rasante destinados a proteger la entrada de la bahía.
Especial admiración le provocó el hospital militar, réplica de la enfermería de Eppendorf, cerca de Hamburgo, definida en la época como el más sencillo, perfecto y funcional hospital conocido. Observó la adaptación lógica al clima y a los materiales de construcción del país. Luiggi, entusiasmado, le refirió que los planos de este hospital le fueron pedidos por la armada chilena  para tomarlos como modelo en la construcción del hospital militar de Talcahuano. Sus paredes estaban recubiertas de una pintura a esmalte llamada ripolín que admitía el lavado aún con ácidos.
Las materias fecales, decía Rahola,  iban a dar a un tanque aséptico que las transformaba en abono para los campos de alfalfa que alimentaban al ganado vacuno que luego abastecía de leche a los enfermos. “El ideal de la higiene” según su apreciación: que los desperdicios de los convalecientes se transmuten en alimentos de vida saludable.

Una vista del Hospital Naval que tan buena impresión causó en Rahola.

Gran interés demostró Rahola en la parte financiera de la construcción del puerto militar. Hasta ese momento se habían invertido ocho millones de pesos nacionales. Las obras pendientes de realización insumirían medio millón más. Como se habían presupuestado diez millones en total, habría un sobrante que se destinaría a dotar a la obra de infraestructura y capacidad para utilizarla como puerto comercial. Esta posibilidad era fuertemente apoyada por el diputado nacional ingeniero Seguí.
“Despejado el horizonte-decía Rahola-y habiendo desaparecido el riesgo de una guerra, es de buenos gobernantes sacar provecho del enorme sacrificio que hizo la Nación, aplicando a la paz lo ideado para la lucha”
Sin embargo, al momento de la visita de Rahola, la propuesta había sido impugnada por el gobierno nacional a instancias del Ministerio de Guerra que no quería inmiscuir actividades civiles en el ámbito militar. Además había una fuerte presión por parte de los puertos de Bahía Blanca para aprovechar los ferrocarriles del Sud y del Noroeste adonde confluían todas las líneas de las zonas productoras.
Rahola sostenía que era una picardía no aprovechar la calidad del puerto militar en actividades mercantiles cuando con gran facilidad se había construido una línea ferroviaria que lo comunicaba con Bahía Blanca y, sobre todo, cuando disponía de semejante dique que por sí sólo podía convertirlo en puerto de escala obligada para los buques de carga.
Observaba, con buen tino, que los demás puertos de la zona eran  privados, y que por esa razón podían manipular e imponer, sin competencia, el costo de los fletes a su antojo. La existencia de un Puerto Belgrano comercial y libre, serviría de regulador a los precios de esos fletes en la región.
Rahola sostenía que sería de gran ayuda para el carácter mercantil de este puerto la población civil que, en tres años, se había concentrado alrededor del mismo con el nombre de Punta Alta. “Luiggi, el simpático ingeniero-decía Rahola-con su mujer y sus niños fueron los fundadores de Punta Alta y los primeros habitantes de este desierto”

Una vista de Punta Alta en 1900, imagen que detalle más, detalle menos, fue la que encontró Rahola.

Se maravillaba Rahola de que el sitio donde se levantaba el puerto y el pueblo de Punta Alta, apenas unos años antes fuera nada más que arenas movedizas, charcos y  médanos desnudos. Especial énfasis ponía en mencionar que los trabajadores y los pequeños comerciantes, apenas iniciadas las obras, ocuparon sin oposición de nadie los terrenos donde levantaron sus viviendas, ya que estos lotes no tenían ningún valor ni propietarios conocidos.
“Ejercitaron-escribió Rahola- el primitivo derecho de ocupación, que es el medio de adquirir el dominio una población de tres mil almas, cuyas casas radican en solares que no pertenecen a los propietarios de las paredes”. Según él, este caso era similar al barrio denominado Pekín de la ciudad de Barcelona, improvisado por habitantes advenedizos, a orillas del mar y en proximidades del río Besós.
Especialista en la materia económica, Rahola manifestaba que aquellos terrenos que en un principio nada valían, por el trabajo mismo de los que lo ocuparon, aplicados a la existencia del puerto y del naciente pueblo adquirían, de repente, inusitado costo. Tomó conocimiento, en esos días, de una serie de pleitos iniciados entre los antiguos dueños de los lotes y los pobladores, con fallos favorables a estos últimos. Es que se le dio mayor importancia al trabajo en un medio hostil, que a lo meramente material. Puntualizó que, como recompensa, los propietarios de aquellas tierras usufructuarían el incremento del valor de sus restantes parcelas gracias al trabajo ajeno.
Más que por el pueblo, las baterías y el dique, Rahola se mostró impactado por la transformación del desierto en bosque, de las dunas en jardines, de la tierra yerma en áreas cultivadas. Reconocía que todo ese cambio se debía a espíritus enamorados del árbol: el ingeniero Luiggi, el coronel Maurette y el jefe de artillería Ángel Allaria. En poco tiempo los árboles rodearon la casa del ingeniero y el puerto.
Muy pronto ese impulso individual devino en entusiasmo colectivo. Los efectivos acantonados en la Base y los obreros comprometidos con su construcción se sumaron al furor de la forestación. El teniente coronel Allaria incentivó entre sus tropas el culto del árbol, y muchos de sus efectivos destinaban parte de sus ahorros a la adquisición de semillas y plantines.
“En tres años-observó Rahola-alrededor de los magníficos cuarteles, modelo de higiene se contempla un extenso bosque, hijo del esfuerzo de los soldados que debían batirse con sus hermanos, y que mientras se preparaban para la guerra, se sintieron ya animados por el santo espíritu de la paz”
Mucho disfrutó el insigne visitante la fresca sombra y el verdor de los eucaliptos, pinos, tamariscos, plátanos y muchas otras especies sujetando la tierra para que el inclemente viento sur no se la lleve, purificando el aire antes contaminado por el polvo y embelleciendo el paisaje. Comparó el trabajo de aquellos hombres visionarios con el del artista, al lograr con el esfuerzo de sus manos y su inteligencia hacer florecer la vida, la belleza y el amor en parajes tan abandonados y tristes.


En el acorazado Pueyrredón fue homenajeado con un almuerzo íntimo, durante el cual la conversación giró en torno al comercio y la agricultura. Rahola echó una ojeada al puerto, el dique y la soberbia flota de guerra abrigada en los muelles. Sin embargo su corazón seguía impactado por el paisaje y la gente, por la severa transformación del erial infecundo en un huerto, del desierto en pueblo y por el estrecho vínculo entre militares, obreros y comerciantes unidos en un esfuerzo común.
“Allí descubrí la clave-manifestó Rahola-de esa compenetración del ejército con los comerciantes y agricultores. Los soldados salen de las tiendas, de los escritorios y de las chacras, contagiando a los oficiales de sus preocupaciones, que constituyen la preocupación nacional”
 Una profética visión de Punta Alta, que más allá de alguna actividad industrial, comercial y agropecuaria, siempre basó su existencia y su sustento en el trabajo generado por la Base Naval.

4-Sangre Nueva.


Una melancólica vista de la primera Punta Alta, que tanto impresionó al insigne visitante.

Federico Rahola plasmó sus impresiones argentinas en el bello libro “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud” publicado en 1905. El capítulo XXV está dedicado a Puerto Belgrano y aquel caserío que ya tenía por nombre “Punta Alta”, entre cuya gente caminó, con cuyos vecinos conversó e intercambió ideas y proyectos. La ocupación de terrenos ajenos en Punta Alta por parte de obreros de la base y comerciantes, fue un tema que comentó en la revista mensual “Mercurio” en su edición número 39 del 1 de febrero de 1905.  
Hace muy poco tiempo, su descendiente la periodista Pilar Rahola, admiró a la ciudadanía argentina con la claridad de sus conceptos y su carácter batallador y contestatario.

Portada del libro Sangre Nueva donde Rahola relata su experiencia puntaltense de 1903.

Raúl Ifran

Fuente: “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud”. Federico Rahola. Editado en Barcelona por Tipografía “La Académica” de Serra Hnos. y Russell. 1905.
“Frederic Rahola Tremols y el Centenario de Independencias Hispanoamericanas. El diseño de la celebración en Barcelona” Gabriela Dallacorte Caballero. Temas Americanistas Nro. 32- 2014.
 Revista Comercial Ibero Americana “Mercurio” Nro. 39. 1 de Febrero de 1905.