La ballena franca emergió,
sorpresivamente, frente al balneario Arroyo Pareja. Unos pocos circunstantes
tuvieron el privilegio de ver su inconfundible silueta azul arqueándose sobre
las olas. Era el invierno del 41.
Punta Alta acababa de cumplir cuarenta y
tres años, tenía alrededor de veinte mil habitantes y no era una ciudad
autónoma; apenas una delegación del municipio de Bahía Blanca. Recién cuatro
años más tarde lograría su independencia comunal. De todos modos, sus calles se
abrían vertiginosamente hacia el progreso, cubriendo con asfalto la memoria del
chañar hostil y de los médanos inhóspitos.
La ballena levantó una cortina de blanca
espuma y desapareció en las límpidas aguas. La gente corrió por el murallón de
piedra paralelo a la costa, tratando de avistar al cetáceo. Los niños
alborotaban con sus gritos las escalinatas que bajaban hasta la playa. Algunas
damas asomaron de las casillas de madera que, en colorida doble fila, vigilaban
el horizonte mari-no de la ría. Algún parroquiano del Bar Player, centro de la
Villa Nicoliche, apuró su trago para ver qué ocurría afuera. Era el mes de
julio pero la actividad del balneario, aunque mermada, no se detenía.
-¡Una ballena!,¡Una ballena!—repetían las
voces a coro para regocijo de los incrédulos. Unas lanchas que derivaban por
el canal se sumaron a la impensada persecución. Todo esfuerzo fue inútil. El
animal ya no evolucionaba por estas aguas. Después se supo que había visitado
brevemente el puerto de Ingeniero White, donde despertó igual asombro y
entusiasmo.
Pasado el mediodía, los curiosos que
patrullaban la rambla sin resignarse a no tener novedades de la ballena,
tuvieron su recompensa. Alguien distinguió las aletas caudales y dio la voz de alarma.
-¡La ballena volvió!, ¡La ballena
volvió!
De nuevo se generó el consabido tumulto
de corridas y exclamaciones. Al parecer, el enorme mamífero estaba atrapado en
los caprichos de nuestras mareas y no encontraba la salida al mar abierto. Ya
no la encontraría nunca.
Asustada por el alboroto generado a su
alrededor, la ballena encaró las aguas del puerto militar. Allí, la hélice de
una draga, la hirió mortalmente. Una espesa mancha roja se extendió por el
oleoso medio hasta alcanzar el casco del torpedero Tucumán, buque de la Armada
Argentina apostado en la dársena. Desde la cubierta, el cabo radiotelegrafista
Luis Lamana, tomó un par de fotos de la inusual actividad. El animal sin vida
fue izado por la grúa de treinta toneladas, y embarcado en un vagón de borde
alto del Ferrocarril Rosario Puerto Belgrano. En una de las instantáneas, se
observan claramente las siglas de la compañía y el número 1453 de la chata.
Estas imágenes fueron publicadas por el diario La Nueva Provincia, en una
edición de la época.
-No es un ejemplar mayor- sentenció un
experto ante los quince metros de largo, el metro y medio de diámetro y las
veintidós toneladas de peso de la bestia.
Las singularidades de este día no
terminaron ahí. Los señores Gustavo Lagnen y Vicente Maghetti, titulares de la
fábrica de jabones “El puma”, compraron los restos de la ballena con fines
industriales. El vagón con su extraño pasajero emprendió, a las tres de la
tarde, la marcha hacia la estación Bahía Blanca. Curiosamente, la fábrica de
jabones lindaba con la terminal ferroviaria.
En la ciudad cabecera del partido, una
verdadera multitud de curiosos aguardaba al convoy. Expertos cuchilleros del
frigorífico próximo, faenaron la elegante mole azul, convirtiéndola en panes de
grasa que eran depositados en grandes tambores. Una vez llenos, estos
recipientes fueron embarcados en camiones que partían hacia su destino final.
En la fábrica, la noble carga se convirtió en aceite y panes de jabón.
Durante mucho tiempo se siguió hablando
en Punta Alta de la ballena de Arroyo Pareja. Le quitaron unos detalles y le
agregaron otros hasta convertirla en una especie oscura de Moby Dick. La
narración oral tiene esta facultad y este poder.
Algunos sostenían que se trató, ni mas
ni menos, de una real cacería, con el epílogo de una matanza realizada con
arpones. Esta versión fue negada rotundamente por las autoridades de Puerto
Belgrano.
Es que los ecologistas del momento, se
apresuraron a advertir que la ballena franca era una especie amenazada, y que
de los trescientos mil ejemplares existentes en 1800, sólo sobrevivían diez
mil en aquel lejano 1941.
Lo cierto es que nuestra ciudad, en
medio del asombro de sus inicios, se mantuvo en vilo durante horas por la magia
de una visita inesperada. Lo lamentable es que la ballena resultara muerta,
pero rescato aquella ingenua historia, en medio de esta actualidad donde ya
nada nos maravilla.
Fuentes
diario “La Nueva Provincia”
Revista
“Caminos de hierro” Nro. 40
Sr.
Luis Lamana
Torpedero Tucumán en Puerto Belgrano 1941.
La ballena en Puerto Belgrano 1941.Foto del sr.
Luis Lamana publicada por La Nueva Provincia.
Foto del sr. Luis Lamana desde el
Torpedero Tucumán publicada por
el diario La Nueva Provincia.
Vistas de la ballena en Bahía Blanca. Fotografías del
diario La Nueva Provincia.
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