Una nota de La Nueva Provincia, del
sábado 28 de junio de 1947, relata pormenorizadamente, y de manera muy amena,
la llegada de un grupo de inmigrantes procedentes de Milán, destinados a prestar
servicios como técnicos de aviación en Puerto Belgrano. Ante la falta de
viviendas en la ciudad para proporcionar a los recién llegados, la marina optó
por adjudicarles las casas existentes en Arroyo Pareja. El artículo es muy jugoso,
muy detallado, con el estilo Caras y Caretas tan en uso en aquellos tiempos.
Lo transcribo totalmente, porque no tiene desperdicios. Un dato curioso, estoy
en contacto con el nieto de uno de los inmigrantes. Vive en Bahía y tiene en
venta la bicicleta Legnano verde oliva con que su abuelo recorría Arroyo Pareja
en el invierno del 47.
UN GRUPO DE INMIGRANTES ITALIANOS ARRIBÓ
AYER A LA BASE NAVAL DE PUERTO BELGRANO DONDE PRESTARÁN SERVICIO. Son 13
operarios técnicos de aviación, a quienes acompañan sus respectivos familiares
todos los cuales han sido alojados en Arroyo Pareja.
Las primeras luces de este día nublado,
pero plácido de invierno, apenas si se han insinuado por levante, cuando ya
estamos en el andén de la pequeña estación de Grunbein, esperando la llegada de
unos poco frecuentes viajeros, que han de desembarcar allí. Son los primeros
inmigrantes italianos a quienes se ha destinado a prestar servicios en la base
naval de Puerto Belgrano. Son casi las ocho, cuando el tren de Plaza
Constitución entra en la estación, mientras una expectativa rodea el grupo de
los que esperamos queremos acercarnos a los que arriban, dispuestos a recoger
sus impresiones, a hacerles llegar el recibimiento que nos cuadra, como hijos
de esta tierra hospitalaria.
El señor Guido del Punta, a nuestro
lado, nos dice traer el saludo de la colectividad bahiense, en nombre de la
Sociedad Italiana de Socorros Mutuos. Poco después los viajeros están junto a
nosotros, en animada demostración de amistad, sonríen y acceden gustosos a los
requerimientos del fotógrafo. Han abundado, por cierto, mucho los enfoques
desde que arribaron a Buenos Aires y ellos no se niegan a posar. Es que no se
trata de inmigrantes de aquellos que la imaginación ó el pasado catalogan
vistiendo toscas vestimentas. Son hombres y mujeres de ciudad, trabajadores
técnicos y jóvenes y sanos que vienen ya con su futuro asegurado en la forma
de tareas bien remuneradas por el estado.
Los inmigrantes.
El grupo de viajeros es más bien
reducido. Son 39 personas en total, entre grandes y pequeños. Pronto extraemos
de los jefes de familia los nombres. La procedencia de todos es la misma:
Milán. Allí se han desempeñado casi todos en las grandes fábricas de los
Savoia, donde se construyeron durante muchos años los mejores aviones
italianos.
Sus profesiones dentro del ramo de la
aviación, son bastante dispares, pues los hay chapistas, montadores,
ajustadores, etc. Se les ha destinado a la base de aviación de Puerto
Belgrano, con sueldos que oscilan entre los 320 y los 400 pesos; traducidos
los mismos en liras, por supuesto que representan una buena suma de dinero.
El primero que abordamos es Emilio
Bassetti, un poco sobre los 30 años, al lado del cual se halla su señora y dos
chiquillos. Queremos que nos digan sus nombres les decimos en un italiano más
fonético e intuitivo que correcto y pronto Franco Galli, que es algo así como
el “capo”del grupo nos ayuda en la tarea denominando a sus connacionales.
Están Enzo Bassetti y su esposa así como
Carlo Tognolli y Virgilio Cardone, los más flamantes maridos, junto a sus
respectivas mujeres. Eduardo Bissi, padre de un pequeño; Giuseppe Luoni,
progenitor del inmigrante más diminuto junto a su “moglie”, una encantadora
profesora de piano. Hay también uno de estos operarios que viaja además de su
esposa e hijitas, de su padre: se llama Vito Nebbioli y al parecer es el
benjamín del grupo. Después responden a nuestra curiosidad Héctor Salina,
Rodolfo Brussa, Orlando Chiarello, Raimundo Chiodi, Antonio Bellora y Gino
Marzolla.
Mientras esperamos el tren local que ha
de conducirlos a Puerto Belgrano, vamos entrando en contacto y la “parola
spagnuola”, que van comprendiendo rápidamente estos inteligentes muchachos,
tiende un puente de simpatía. Hay preguntas sobre el clima y las comodidades.
Notamos que hay algunos muy abrigados,
especialmente las mujeres. Nos preguntan si acostumbra a registrarse aquí
grandes fríos. Cuando advertimos que sólo en contadas ocasiones nos hallamos “soto
cero”, sonríen aliviados. En Milán hay veces que llegan a tener 20 grados bajo
cero.
Algunos integrantes de la colectividad
han llegado a ponerse en contacto con ellos. La conversación se hace
animadísima en esos casos y pronto, como no, comienza a descubrirse que “la
América” no es tan grande: Orlando Chiarello está casado con una joven que
tiene parientes en Tornquist. La coincidencia anda muy cerca, tan cerca, que el
connacional radicado en Bahía Blanca conoce íntimamente al pariente aludido.
El mundo es chico…
Dos parejas en luna de miel.
En los minutos que aguardaron en
Grunbein, en medio de las animadas conversaciones en la dulce lengua del Dante,
advertimos dos parejas que, a diferencia del resto, no cuida pequeñuelos. Cuatro
jóvenes que se hablan muy de cerca, como confiándose mutuamente sus
impresiones. Nos acercamos a ellos y pronto la curiosidad desata el nudo de la
incógnita.
Hace apenas un mes que Carlos Tognolli y
Lilia Monti, así como Virgilio Cardone e Iole Bresciani se han unido en
matrimonio. A la breve luna de mil en las tierras de Ancona, han agregado ahora
esta otra en que se funden las dos aventuras: la de la nueva vida emprendida y
la de este destino que han venido a buscar en el suelo americano:
-en plena luna de miel han viajado ¿ no?-inquirimos ansiosos.
Sus miradas nos hablan el lenguaje
universal de los que interpretan, aún sin entender con precisión lo que decimos.
Tienen en sus pupilas un poco de asombro. No están absortos: simplemente
interesados en verlo todo y en gustar un poco de lo extraño, como advirtiendo
que allí, detrás de lo desconocido, se esconden las venturas de un luminoso
futuro.
Rumbo a Puerto Belgrano.
Cerca de las 8.30, desemboca a Grunbein
el tren local. Estamos prontos a emprender una de las últimas etapas del viaje.
Una de las últimas, porque no ha de ser, según veremos, la definitiva.
Llevados por el deseo de acompañar a los
viajeros, marchamos juntos rumbo a la que ha de ser sede de sus tareas: la base
naval.
Las miradas curiosas y ávidas se posan
en todo aquellos que advierten extraño. Eso mismo que a cada uno de nosotros
nos parece ya una calcomanía desteñida. Entre las brumas se divisa a lo lejos
el puerto de Ingeniero White.
-¿y eso es Puerto Belgrano?
-No, precisamente, les respondemos-y
algunas alusiones sobre nuestro muelle triguero van dando la pauta de la
importancia del mismo. La llanura salitrosa no da para un tema de conversación
y sólo cuando el tren se aproxima a los polvorines de Puerto Belgrano, se
reanuda la más animada charla.
Las llamativas construcciones, el
movimiento que se advierte, todo es motivo de comentarios. En los pequeños, la
novedad abre ojos asombrados, en una tierra extraña para ellos.
En los alojamientos.
La llegada a Puerto Belgrano pone el
toque de máxima emoción en los viajeros. El deseo de entrar en contacto con lo
que ha de ser la realidad diaria impulsa a preguntas y más preguntas. Poco después,
ya en la estación Puerto Belgrano, un oficial de la armada nacional y varios
suboficiales descienden de un vehículo. Los inmigrantes conversan con ellos y
luego, respondiendo al llamado que les hacen, se disponen a emprender la etapa
hacia sus nuevos domicilios.
Se les ha reservado alojamiento en
Arroyo Pareja. El único lugar donde existen viviendas disponibles. Hacia allí
parte pocos minutos después un amplio micro ómnibus.
Llegamos pasadas las 9. Desde ese
momento y durante toda la mañana, la colonia de veraneo del Ferrocarril
Rosario Puerto Belgrano se agita en un trajinar de maletas, baúles y víveres
que gentilmente las autoridades portuarias han dispuesto para los inmigrantes.
Las casas son amplias e higiénicas, pero
han estado desocupadas muchos meses y se advierte en sus adyacencias, la mano
inexorable del tiempo. Conversamos con los oficiales encargados de la tarea de
ubicar a los inmigrantes y nos hablan del apresuramiento con que debió hacerse
todo.
No obstante ello, advertimos un
plausible anhelo de prestar toda suerte de ayuda a los viajeros. Por lo
general todos traen abundante ropa y utensillos, pero resulta de mucho valor el
aporte de útiles de cocina, de víveres y otros menesteres que se entregan, pues
no se puede improvisar la instalación de una casa.
Perdemos buen rato en conversar con
todos ellos. Extraemos un poco de cada una de sus vidas. Pero en todas las
manifestaciones hay una que las iguala: es la del reconocimiento a los hijos de
esta tierra, al recibimiento cariñoso que se les ha hecho, a la comprensión y
fraternidad que han encontrado y que pronto seguramente disipará alguna “malinconía”
de sus jóvenes corazones.
Es ya mediodía avanzado cuando dejamos
la provisoria colonia de inmigrantes en Arroyo Pareja. El matrimonio Marzolla
limpia a dúo una ventana, mientras Vito Nebbioli, que termina de hacer una
recorrida en su Legnano se apresura a colaborar en el descenso del equipaje de
su vecino Bellora.
Dentro de quince días, por el milagro de
este país y su generoso pueblo, los nuevos habitantes de Arroyo Pareja dejarán
de sentirse inmigrantes. Tal vez porque al pisar tierra argentina han dejado
de serlo.
El más pequeño del contingente de
inmigrantes.
Giuseppe Luoni, es de Milán, y como
todos sus compañeros de viaje, operario técnico de aviación. Tiene los ojos azules,
es mas bien bajo, y ha jugado al fútbol algo, hasta las vísperas de su boda. Por
supuesto que antes era otra cosa. Ahora junto a su bella esposa, él también
nos cuenta sus proyectos y nos habla de sus esperanzas en esta tierra a la que
han llegado con tanto bagaje de ilusiones.
En sus manos, Pietro, un hombrecito de
cuatro meses, sonríe, con destellos de inteligencia en sus ojillos vivaces. Su madre,
como todas las madres del mundo, nos mira, halagada de verlo tan vivaracho.
-Pietrino é el piu piccolo di tutti…
La verdad es que este “Pietrino” no
tardará mucho en ser “Pedrito”, y cuando lo decimos, asienten con simpatía, los
padres del inmigrante más pequeño que ha llegado a Puerto Belgrano.
La Nueva Provincia, 28 de junio de 1947.
Operarios italianos y familiares en Grunbein.
Componentes del núcleo de inmigrantes italianos que arribó ayer a la estación de Grunbein provenientes de la Capital Federal.Ya están en tierra hospitalaria.
Foto del diario Clarín del 30 de junio de 1947.
Legnano verde oliva del 47, perteneciente a uno de los
inmigrantes de Arroyo Pareja.
Ese día sábado 28 de junio de 1947, yo cumplía años no si se festejaban, yo naci en la misma casa donde viví, hasta que me fuí de Punta Alta, mucha de esta gente fué a trabajar a la aviación en Pto. Belgrano, en los años 60, yo también trabaje en la Aviación Naval.
ResponderEliminarQué interesante Charly. Gracias por la acotación. Siempre he pensado que la historia de Punta Alta está en los álbumes de fotos, en los baúles, en las cajas de antigüedades que cada casa tiene. Gracias de nuevo por el comentario.
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